MI PARTICULAR MEMORIA DEPORTIVA (18)
Como quien más quien menos ya sabe, Betis y Barça se van a medir durante las dos próximas semanas en los cuartos de final de la Copa del Rey. Los enfrentamientos previos en el “torneo del KO” entre béticos y culés (4-4 en el global) han dejado, en lo que a mí respecta, un par de momentos de los considerados altamente especiales; pero del segundo de ellos (la final del 97 que presencié “in situ” en el Bernabéu) hablaremos en otro momento.
Porque la situación del presente año se presenta tremendamente similar a lo que aconteció hace 17 años, en febrero de 1994. Cualquier bético que se precie y que empiece ya a tener una cierta edad recordará inevitablemente aquel enfrentamiento, también en cuartos de final, entre ambos equipos, uno de los numerosos capítulos en los que, a lo largo de su historia, el club heliopolitano ejerció de “Currobetis”.
Era el Betis de Sergio Kresic, en el segundo año de Manuel Ruiz de Lopera como accionista mayoritario de la entidad; una temporada, la 93-94, en la que el equipo, también en Segunda División, terminó ascendiendo de la mano de Lorenzo Serra Ferrer, sustituto a posteriori del técnico croata.
Pero el arrollador ritmo con el que los béticos terminaron la campaña ni mucho menos había legado todavía. Era un Betis en el que su actual presidente, Rafael Gordillo, daba algunos de sus últimos coletazos en el fútbol profesional, y en el que las estrellas eran el “Toro” Aquino y Angelito Cuéllar; un Betis que, a esas alturas, apenas si luchaba por alcanzar un lugar que le diera derecho a jugar la promoción de ascenso, practicando un fútbol muy poco vistoso que le daba para ir sacando los partidos de casa, pero que fuera lo perdía casi todo.
En medio de esa tesitura, el bombo copero emparejó a los verdiblancos en cuartos de final ni más ni menos que con el Barcelona de Cruyff, el legendario “Dream Team” culé. Antes se había eliminado al Mensajero -de la canaria isla de La Palma-, al Elche, al “Poli” Ejido y al Mérida; y la visita del Barça, como esta temporada, era considerada como una ocasión para sacar una extraordinaria taquilla y también para que el aficionado bético disfrutara, después de tres años en Segunda, de un equipo de primer nivel. Nadie, pero absolutamente nadie, pensaba que el Betis iba a dar la CAMPANADA -sí, con mayúsculas- de aquel año en la Copa.
El partido de ida se celebró en el Benito Villamarín, que registró un lleno absoluto. El Barça llegaba con algunas bajas, entre ellas la del jugador “de dibujos animados”, Romario, sancionado con cuatro partidos por dar un puñetazo al entonces sevillista Simeone; y Cruyff aprovechó para poner a muchos jugadores de los menos habituales. Algo que a punto estuvo de costarle caro, ya que el Betis consiguió arrancar un 0-0 que pudo haber sido todavía mejor si el delantero sueco Ekstrom -aquél que tan fugaz paso tuvo por Heliópolis- hubiese estado acertado ante la meta que defendía Busquets, el padre del actual medio defensivo del Barça.Cruyff tomó nota, y en la vuelta continuó sin sacar a su mejor once, pero ya incluyó a bastantes de sus estrellas, como a Koeman, Stoichkov, Sergi o el actual técnico, Pep Guardiola. El Betis, por su parte, parecía ir derechito al “matadero” con su once compuesto por Diezma, Merino II, Monreal, Urena, Chirri, Roberto, Cañas, Mágico Díaz, Alexis, Cuéllar y Juanito. Es decir, sin su goleador Aquino y con Juanito, aquel delantero gallego procedente del Dépor, que también duró nada y menos pero que en aquel partido se ganó un lugar permanente en la historia bética.
A la media hora, tras un despeje larguísimo de la zaga bética, Juanito aprovechó una falta de entendimiento entre Koeman y Busquets para meterse entre ellos y marcar uno de los goles históricos por excelencia del Real Betis Balompié. Un tanto que acabó dando a los verdiblancos el pase a semifinales, toda vez que el considerado por muchos como el mejor equipo de Europa de la época no fue capaz de hacerle a Diezma ni tan siquiera un gol (le hacían falta dos para clasificarse).
La celebración en Sevilla fue espectacular. La Plaza Nueva, como en las grandes ocasiones, se llenó de béticos que botaron y bailaron con la gran gesta de su equipo, que tres días más tarde volvió a “hacer de Betis” perdiendo por 2-1 en El Madrigal contra un Villarreal que, lógicamente, ni mucho menos era la sobra de lo que es ahora.
A nadie le importó; como a nadie le importó tampoco que el Zaragoza -campeón de Copa ese año y campeón de la Recopa al año siguiente- le cortara el paso al Betis en semifinales, tras una prórroga en La Romareda. Lo del Camp Nou fue, es y seguirá siendo historia.
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