Archive for category Mi particular memoria deportiva

Nadal-«Delpo»: recuerdos de la batalla de La Cartuja


MI PARTICULAR MEMORIA DEPORTIVA (41)

Día histórico para el tenis español, en un torneo histórico para nosotros como lo está siendo este US Open. A la certeza de que tanto Rafa Nadal como Garbiñe Muguruza saldrán de Flushing Meadows como números 1 del mundo se une la posibilidad, complicada pero real como la vida misma, de tener a dos españoles en la final individual masculina: Pablo Carreño Busta si vence al sudafricano Kevin Anderson, y nuestro gran campeón de Manacor, que deberá dar buena cuenta de Juan Martín del Potro.

Respetando a Carreño y a Anderson, sin duda el partido del día será el choque de trenes entre Nadal y la “Torre de Tandil”, una final anticipada de la que debía salir el número 1 mundial, pero que no tendrá ese aliciente extra porque Del Potro, número 28 del mundo pero con un nivel de “Top-5”, se cargó a Sir Roger Federer en cuartos. Un duelo con precedentes épicos, siendo el último de ellos la semifinal olímpica de 2016 con victoria para Del Potro en el tie-break del tercer y definitivo set.

Pero si hablamos de precedentes, sin duda el que más y mejor pervive en mi memoria fue la tremenda batalla que ambos libraron sobre la pista provisional colocada en el Estadio Olímpico de Sevilla, durante el cuarto partido de la final de la Copa Davis de 2011 entre España y Argentina. Un evento que tuve el inmenso placer de vivir y de cubrir “in situ” para Diario Siglo XXI, y que tuvo un bello colofón –y feliz para España- con las más de cuatro horas que nos regalaron Rafa y Juan Martín para dirimir un encuentro con rachas de buen juego, de vaivenes, de alternativas pero, sobre todo, de mucha emoción y pasión, tanto sobre la cancha como también en las gradas. Read the rest of this entry »

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El duelo Pedroso-Taurima en Sidney 2000


MI PARTICULAR MEMORIA DEPORTIVA (40)

Casi cinco años después del último artículo, retomamos esta sección dedicada a recordar algunos de los momentos más significativos a nivel tanto general como particular de la historia del deporte. Y, repasando como lo estoy haciendo en estos días la competición de atletismo de Sídney 2000, he creído oportuno hablar del que probablemente es el momento más memorable, atléticamente hablando, de aquellos Juegos.

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Un evento, en el caso del atletismo, caracterizado por algunos casos altamente significativos de lo que posteriormente se conocería como “caso Balco”, la trama de dopaje orquestada desde Estados Unidos que llevó, por ejemplo, a Marion Jones a ganar cinco medallas –tres oros y dos bronces- que luego fueron devueltas, y que también afectó al cuatrocentista Antonio Pettigrew, por cuyo dopaje se desposeyó al relevo 4×400 masculino –y, por ende, a Michael Johnson- de la medalla de oro lograda en el Stadium Australia. Read the rest of this entry »

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Ryder Cup 1997: «Seve» Ballesteros capitanea el triunfo europeo en Cádiz


MI PARTICULAR MEMORIA DEPORTIVA (39)

Es inevitable, después de la épica remontada del equipo europeo en la última Ryder Cup y del colectivo homenaje póstumo al gran Severiano Ballesteros, recordar que un día la competición más importante del golf mundial se celebró en España, y que a Europa la capitaneó nuestro «Seve», para muchos el mejor jugador de siempre en este legendario torneo.

En 1997 -del 26 al 28 de septiembre- la Ryder salió por vez primera -siendo Europa la anfitriona- de las islas británicas, siendo designado para tal honor el Club de Golf de Valderrama, en Sotogrande (Cádiz); y Ballesteros, ya en la etapa previa a su retirada, fue nombrado capitán del bloque continental. El golf europeo quiso homenajear a un jugador, el cántabro, venerado hasta la saciedad en el Reino Unido, concediendo a España la organización de la Ryder, y a él mismo la capitanía del equipo en una edición calificada como «la Ryder de Seve».

Fue una edición memorable, en la que Europa logró retener el trofeo conseguido dos años antes al vencer a Estados Unidos por 14,5 a 13,5. El equipo norteamericano, con Tom Kite a la cabeza, presentó una alineación absolutamente envidiable, que parecía que iba a recuperar la Ryder hicieran lo que hicieran los europeos.

Fred Couples, Davis Love III, Mark O’Meara, Phil Mickelson, Justin Leonard, Tom Lehman, Brad Faxon, Jeff Maggert, Lee Janzen, Jim Furyk, Scott Hoch, y la joven superestrella Eldrick «Tiger» Woods -vencedor más joven de la historia en el Masters de Augusta- formaban un elenco de superestrellas, a los que se oponían los españoles Chema Olazábal y Nacho Garrido, los ingleses Nick Faldo y Lee Westwood, los suecos Per-Ulrik Johansson y Jesper Parnevik, el galés Ian Woosnam, el norirlandés Darren Clarke, el italiano Constantino Rocca, el danés Thomas Bjorn, el alemán Bernhard Langer y el escocés Colin Montgomerie, todos ellos grandes jugadores aunque, sobre el papel, inferiores a sus oponentes.

Pero durante los «fourballs» y «foursomes» del viernes y el sábado, nada salió como esperaban los americanos. La estrategia de Seve a la hora de formar las parejas dio un resultado excelente, y Estados Unidos naufragó -nunca mejor dicho, en un lluvioso fin de semana para la provincia gaditana- hasta terminar, en la tarde del sábado, nada menos que cinco puntos por debajo de los europeos. Después de los duelos «dobles», Europa ganaba por 10,5 a 5,5, siendo ahí donde cimentó su triunfo.

Aunque Seve y los suyos todavía iban a sufrir. La enorme calidad de los jugadores norteamericanos salió a la luz, así como su espíritu patriota -algo en los que quizás sólo Francia se les puede acercar-, en los partidos individuales del domingo. Estados Unidos fue sumando puntos uno detrás de otro, llegando a colocarse casi a la par que los anfitriones; pero las cuentas les fallaron con su número 1. Tiger Woods cayó contundentemente (derrota por cuatro hoyos con dos por disputarse) ante Constantino Rocca, y dejó la Ryder a tiro para Europa, que sentenció el título con el triunfo de Bernhard Langer (2&1) sobre Brad Faxon.

Así pues, Estados Unidos no logró culminar su remontada, y Europa retuvo la Ryder dos años más al imponerse por el apretado resultado de 14,5 a 13,5. Seve, emocionadísimo, tuvo el honor como capitán de levantar, por quinta vez para el golf europeo, la Ryder Cup en su propio país. Fue su último servicio en una competición en la que él, participando de alguna manera en las cinco victorias, contribuyó sobremanera a hacerla grande de verdad, especialmente para el golf del «viejo continente».

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Mundiales de ciclismo 1995: la intimidación de Indurain y el triunfo -con la rueda pinchada- de Olano


MI PARTICULAR MEMORIA DEPORTIVA (38)

El próximo domingo se celebra la prueba en ruta de los Campeonatos del Mundo 2013 de ciclismo, en Valkenburg (Holanda). España intentará lograr su sexta medalla de oro, tras los triunfos de Abraham Olano en 1995, Óscar Freire en 1999, 2001 y 2004, e Igor Astarloa en 2003. De ganar, Freire se convertiría en el corredor con más títulos mundiales de la historia del ciclismo, aunque por parte hispana parecen tener más opciones, de entrada, Alejandro Valverde y el «Purito» Rodríguez.

Precisamente fue en la carrera de 1995 donde se produjo la que, para mí, es la imagen -doble- por excelencia de todos los campeonatos que he podido ver hasta la fecha. Los que ya comenzamos a tener una cierta edad todavía recordamos, con verdadera emoción, el desarrollo de aquella carrera disputada en Duitama (Colombia), y en la que Abraham Olano y Miguel Indurain repitieron el doblete conseguido días antes en la contrarreloj, pero a la inversa. Si en la crono fue «Miguelón» quien hizo buenos los pronósticos, en la prueba de fondo el guipuzcoano culminó el sensacional trabajo táctico de la selección española, con la inestimabilísima colaboración del navarro, gran líder del bloque nacional pero que aceptó, como los más humildes, ponerse al servicio exclusivamente del equipo.

En un circuito verdaderamente rompepiernas, Olano atacó en el final de la penúltima vuelta y adquirió una ventaja preciosa gracias a sus buenas piernas pero, sobre todo, a la impresionante intimidación que Miguel Indurain, cinco veces ganador del Tour, causaba en sus rivales. Todavía me pone la carne de gallina recordar cómo el gran campeón de Villava frenó, literalmente, a un grupo en el que iban hombres de relevancia en el ciclismo internacional como Marco «el Pirata» Pantani, Richard Virenque, el suizo Mauro Gianetti y el colombiano Oliverio Rincón, entre otros.

En cuanto saltó Olano, Miguel se puso al frente del grupo «clavando» su bicicleta en la carretera y mirando constantemente hacia atrás, como diciendo «venga, a ver quién es el guapo que tiene los coj… necesarios para moverse». Ni un alma, señores. El miedo -deportivo- que imponía el navarro era tal que nadie se atrevió a lanzar un ataque hasta que Olano no llegó a los 40-45 segundos, momento en el que Indurain se apartó de la cabeza y se dedicó a marcar a todos y cada uno de los rivales. Si no tiraban, ganaba Abraham; si neutralizaban al de Anoeta, él les remataría inmediatamente después.

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Pero aún habría más imágenes para el recuerdo, en este campeonato histórico para el ciclismo nacional. En los últimos kilómetros Olano sufrió un pinchazo en la rueda de atrás de su bicicleta, y antes de parar y ser absorbido por el grupito perseguidor decidió afrontar el tramo final del recorrido redoblando el esfuerzo por los lógicos llantazos que estaba dando sobre el asfalto. Le sobraron 36 segundos para levantar su brazo izquierdo -cualquiera hacía lo propio también con el derecho, para que se cayera y diera al traste con su hazaña- como vencedor, antes de que Indurain les ganara en el sprint a Pantani y a Gianetti, y celebrara la consecución del doblete como si él mismo hubiese sido el campeón del mundo.

Abraham Olano abrió, con su oro -escoltado por Indurain en el podium-, el palmarés de triunfos españoles en los Campeonatos del Mundo de Fondo en carretera. Un título que algunos, injustamente, le echaron en cara que se lo había «arrebatado» al navarro, a quien sólo le faltaba esta victoria -y la medalla olímpica que lograría al año siguiente, también con el guipuzcoano en el segundo lugar- para culminar su laureadísimo palmarés. Pura miseria y pura necedad, porque si bien es cierto que la acción de Miguel frenando el grupo fue importantísima, Olano luego tuvo la fuerza necesaria para llegar en vencedor, sobreponiéndose incluso al ya mencionado pinchazo en los kilómetros finales.

Después llegarían los tres títulos de Freire -me encantaría que finalizara su carrera deportiva con su cuarto entorchado- y, entre medias, el de Astarloa. Pero, con el respeto hacia ellos, ninguno llegó a ser tan emocionante como éste de 1995. Por ser el primero, por la generosidad y la intimidación de Indurain, por la fuerza y la rueda pinchada de Olano… por todo.

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22 de enero de 1995: el día en el que Alexis ejecutó la venganza del beticismo


MI PARTICULAR MEMORIA DEPORTIVA (37)

Ganarle al Sevilla supone la mejor victoria posible para un bético -y viceversa-, siempre y cuando como mínimo se acabe la temporada de turno en Primera División. Así sucedió el pasado miércoles gracias a los dos libres directos de Beñat, gran artífice del último triunfo bético en el Sánchez Pizjuán.

No es el feudo sevillista un lugar en el que hayan abundado las victorias del Betis, ya sea en liga, Copa o en cualquier otro tipo de enfrentamientos; pero en la memoria verdiblanca sobresale la Copa Spencer de 1926 (trofeo creado por el Sevilla en memoria de su gran jugador Enrique Gómez «Spencer», y que el Betis se lo «arrebató» ganándole en el campo de la Avenida de la Reina Victoria); la inauguración tanto del estadio de Nervión (1928) como del Sánchez Pizjuán (1958, en partido oficial); el primer derbi en Primera (0-3 en la temporada 34-35, la del título del Betis); o el 0-3 de finales de 1996.

Pero si hay una especial para los béticos dentro de la «era moderna», esa es sin duda el 0-1 del 22 de enero de 1995, en la primera temporada completa de Lorenzo Serra Ferrer en el banquillo heliopolitano. Una victoria con muchas connotaciones para la tradicionalmente padecedora hinchada verdiblanca.

El Betis había retornado a Primera después de tres años en Segunda y varios más de penurias, que incluso estuvieron a punto de llevarle a la desaparición en el famoso 1992; mientras que su terno rival, sin llegar a la gloria absoluta de la segunda mitad de la primera década en el siglo XXI, gozaba de una bonanza que le llevaba a pelear año tras año, aunque sin conseguirlo casi nunca, por entrar en Europa.

En el estadio, durante el transcurrir de los partidos, la peña Biri Biri hacía chanza, mofa y escarnio sobre la dramática situación que estaba viviendo su vecino, con ataúdes y muñecos apaleados vestidos de verdiblanco, que bien pudieron verse por las televisiones de toda España. Pero el aficionado bético, como durante toda la historia de su equipo, supo sufrir y esperar su momento.

Y éste llegó. El Betis, dirigido por Manuel Ruiz de Lopera en los despachos -sí, Lopera también hizo cosas muy buenas, sobre todo en sus primeros años- y por Serra en el banquillo, salió por fin del pozo de la Segunda, y con jugadores modestos más destacados canteranos, consiguió armar un magnífico equipo. Era el Betis de los Cuéllar, Alexis, Aquino, Merino, Cañas, Ureña, Roberto Ríos, Márquez, Menéndez, Vidakovic, Sabas, Jaro… y también del actual director deportivo, Vlada Stosic, así como de un Rafael Gordillo que daba sus últimos coletazos como profesional del fútbol de élite.

El Sevilla, por su parte, con Luis Cuervas de presidente y Del Nido como segundo de a bordo, contaba con el gran Luis Aragonés en el banquillo y con una pléyade de buenos jugadores encabezados por Suker, y secundados por Moya, Unzúe, el «Nanu» Soler, Diego, Jiménez (el ex técnico sevillista y actual preparador del Zaragoza), Prieto o Rafa Paz.

La fecha, 22 de enero de 1995, en la 18ª jornada y penúltima de la primera vuelta. Un derbi por todo lo alto porque si el Sevilla estaba cumpliendo ocupando posiciones UEFA, el Betis también. El equipo de las trece barras contaba, como el Sevilla, con 20 puntos -por entonces las victorias valían sólo dos- sumados a base de buena defensa, de la labor en medio campo de Alexis y Stosic, y del talento en ataque de Cuéllar.

En un derbi no excesivamente bonito pero jugado de poder a poder, a los 18 minutos del segundo tiempo Stosic robó un balón en medio campo, Cuéllar se la dio a Cañas anticipándose a Jiménez, y el roteño se marchó como una exhalación desde la derecha hacia el área del Sevilla. Al entrar en ella recortó a Diego, y el ex bético le derribó claramente. Penalti, tal y como dijo Carlos Martínez en la retransmisión de Canal +, como una casa.

La responsabilidad era para el capitán, el «matemático» Alexis, como le «rebautizó» el gran Manolo Melado. El canario colocó el balón y, delante de un Gol Sur repleto de béticos, batió a Unzúe con un gran disparo a media altura, y consumó la venganza a tanto pisoteo como el que tanto el Betis como su afición habían tenido que aguantar a lo largo de aquellos años.

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A más de uno se le cayó una lágrima; no era para menos. En la segunda vuelta, el Betis remató la faena de aquella histórica campaña repitiendo victoria sobre su eterno rival en el Benito Villamarín (2-1, con el no menos célebre gol del «vaquerito» Sabas), y sellando el tercer puesto y la quinta clasificación para competiciones europeas (UEFA) por la puerta grande, ganando ni más ni menos que en el Bernabéu. Pero el agravio real había quedado vengado aquella noche, tan memorable como emocionante para los béticos, de enero del 95.

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El doble triunfo de Olazábal en el Masters de Augusta


MI PARTICULAR MEMORIA DEPORTIVA (36)

Hoy jueves comienza la edición de 2012 del primer torneo del Grand Slam en el golf mundial, posiblemente el segundo más grande históricamente tras el British Open y el más importante de todos los que se celebran en Estados Unidos: el Masters de Augusta, el torneo de la chaqueta verde. España tiene nulas posibilidades de lograr el que sería su quinto triunfo, en un año en el que más de uno espera que el gran «Tiger» Woods vuelva a reverdecer viejos laureles.

Lejos quedan ya, desgraciadamente, las respectivas épocas de los dos triunfos del mítico Severiano Ballesteros (DEP) y de las otras tantas victorias de José María Olazábal, siendo estas dos últimas (1994 y 1999) las que recordaremos en este espacio; aquellas que pude yo disfrutar en directo dado que las de «Seve» (1980 y 1983) me pillaron con menos de un año y menos de cuatro, respectivamente.

No soy yo un excelso seguidor del golf, más bien lo contrario; pero cuando hablamos de la Ryder Cup o de algún torneo de los grandes con españoles pudiendo salir victoriosos, la cosa cambia. Fueron los de Chema dos triunfos igual de importantes y de celebrados, pero con un sabor, aunque excelente en ambos casos, radicalmente distinto.

En 1994, con 28 años, el de Fuenterrabia (Guipúzcoa) llegó al Augusta National Golf Club en plena forma, dispuesto a confirmar su entrada definitiva en la élite internacional del golf. Tras cuatro días Olazábal logró batir al norteamericano Tom Lehman tras un vibrante mano a mano resuelto por tan sólo dos golpes (279, 9 bajo el par, contra 281) a favor del vasco. Chema dio en la jornada final el golpe decisivo -nunca mejor dicho- en el hoyo 15, con un «eagle» que dejó anonadados a Lehman y a los espectadores presentes en el mítico campo del sureño estado de Georgia.

RENACIMIENTO Y NUEVO TRIUNFO EN 1999
Cinco años más tarde Olazábal repitió victoria, aunque con unas connotaciones mucho más especiales que la primera. Después del éxito del 94 el vasco había sufrido durante varios años una serie de lesiones en la espalda que le llevaban a mal traer, y que posteriormente continuaron afectándole en mayor o menor medida. Chema lo pasó muy mal, estando al borde de la retirada en más de una y más de dos ocasiones; y por eso cuando salió victorioso del duelo con su gran amigo, el australiano Greg Norman, dio por bueno tanto sufrimiento.

De nuevo un golpe magistral suyo en la última jornada, en este caso un «birdie» en el hoyo 13, fue decisivo para el devenir final del torneo. Norman, gran campeón pero tradicionalmente gafado en Augusta, y que durante todo el torneo había ido por detrás, hizo un «eagle» en ese mismo hoyo, colocándose con 7 bajo el par, un golpe menos que el español… pero sólo momentáneamente, ya que Olazábal, acto seguido, le igualó en la cabeza con el ya comentado «birdie».

A partir de ahí Norman se puso nervioso y cometió varios errores, siendo rebasado al final también por el norteamericano Davis Love III. El último hoyo, con los dos amigos compartiendo recorrido, supuso un verdadero baño de multitudes para el renacido Olazábal, que acabó con 280 golpes (-8), dos por delante de Love y tres menos que Norman.

Lamentablemente es la última gran victoria del golf español a nivel individual, hasta la fecha. Por equipos, España ganó posteriormente dos veces la prestigiosa Alfred Dunhill Cup (1999, con Olazábal, M. A. Jiménez y Sergio García; y 2000, con Chema, Jiménez y M.A. Martín); mientras que en la Ryder Cup -precisamente Olazábal es el capitán del equipo europeo, el segundo español tras Ballesteros en 1997) siempre ha habido representación hispana, y de calidad, desde los tiempos de Seve y de Chema (considerada como la pareja más grande de la historia del torneo).

Pero en los Grand Slams, después de que en el mismo 1999 Sergio García pusiera en un serio brete a «Tiger» Woods en el PGA Championship (meses más tarde del éxito de Olazábal en Augusta), sólo en 2007 tuvimos la ocasión de reverdecer viejos laureles. Lo que habríamos conseguido de no haber errado Sergio aquel «putt» relativamente sencillo en el British Open, frente al irlandés Padraig Harrington. Ojalá consigamos voltear la tendencia a no tardar demasiado, algo ciertamente complicado al día de hoy.

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El «Centenariazo» del Depor cumple diez años

MI PARTICULAR MEMORIA DEPORTIVA (35)

Fue, sin duda, el mayor «campanazo» del mundo del fútbol en 2002. Todo estaba preparado para que el Real Madrid ganase aquella edición de la Copa del Rey. Era el Madrid un equipo, como el de hoy, hecho por Florentino Pérez auténticamente a golpe de talonario -Figo, Zidane, Roberto Carlos… más Raúl, Íker Casillas o Fernando Hierro- en el que el único miembro de perfil modesto era su técnico, el hoy campeón del mundo con España Vicente Del Bosque.

El club blanco cumplía cien años aquel 6 de marzo; desde principios de la temporada la Federación Española decidió que la final de Copa se jugaría ese día, el 6 de marzo… y en el estadio Santiago Bernabéu. El Madrid, un conjunto confeccionado para ganarlo absolutamente todo, no falló y llegó al choque decisivo, como se esperaba.

Su rival era el Deportivo de La Coruña, dirigido por «Jabo» Irureta; pero a poca gente más allá de los deportivistas parecía importarle verdaderamente, a pesar de que dos años antes habían sido campeones de liga, y en el presente luchaban por ella. Quien más quien menos, con un Bernabéu ocupado al 65-70% por seguidores blancos -recordemos, en una final las entradas deben repartirse al 50% entre ambas aficiones, aunque uno de los clubes sea el anfitrión-, esperaba que después de los noventa minutos Fernando Hierro levantara el primero de todos los títulos que Florentino Pérez esperaba ganar aquel año tan especial para la historia del Madrid.

Un título que, además, llevaba el Madrid sin poderlo ganar desde hacía nueve años… y que iba a tener que esperarlo otros ocho más. Porque el Depor, muy cómodo en su papel de «David», sorprendió a propios y extraños derrotando a «Goliat» Madrid por 1-2, y llevándose una Copa muy especial no sólo por conseguirlo en las circunstancias ya comentadas, sino porque el llamado Campeonato de España también cumplía cien años en aquel histórico 2002.

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Los goles en el primer tiempo de Sergio y de Diego Tristán hicieron inútil por completo el de Raúl al cuarto de hora de la segunda mitad. El Bernabéu, salvo el fondo de los seguidores blanquiazules, claro está, se quedó boquiabierto y patidifuso: el «Depor», el «SuperDepor versión 2.0», había castigado la prepotencia no tanto de los profesionales merengues, sino sobre todo de su junta directiva… y, por qué no decirlo, de su prensa afín. Aquella gesta, a imagen y semejanza del celebérrimo «Maracanazo» de 1950, pasó a ser conocida como el «Centenariazo»; y supuso el primer gran mazazo para Florentino Pérez como presidente del Madrid, y como deseoso dominador del fútbol mundial.

En total, el Deportivo -ahora inmerso en un más que probable retorno a Primera División- posee una liga, dos Copas y tres Supercopas de España; y ha llegado una vez a semifinales de la Champions y otra a la misma ronda de la ya extinta Recopa. Para todos esos logros la afición coruñesa guarda un hueco en su corazón; pero me atrevería a decir que, pese a que la liga del 2000 es lo más grande que ha conseguido el Depor en su historia, el título más y mejor recordado de todos es aquél que hoy celebra su primera década, la Copa que levantó Fran. Porque no sólo se enfrentaron al considerado como mejor equipo del siglo XX en su casa, en su Centenario, y en una Copa que se la habían puesto en bandeja de plata; sino que además, ganaron.

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El subcampeonato copero del Caja San Fernando

MI PARTICULAR MEMORIA DEPORTIVA (34)

Esta tarde, a partir de las 19:00, comienza la andadura del C.D. Baloncesto Sevilla -Banca Cívica por mor del patrocinador- en la Copa del Rey de Baloncesto 2012, que se inició ayer en el Palau Sant Jordi de Barcelona.

Se trata de la décima participación de los sevillanos en el «torneo del K.O.» -no la decimotercera, como afirmaba yo ayer en Diario Siglo XXI, confusión debida a una errata de mi fuente consultada-; y en ella debutarán, en cuartos de final, contra su rival andaluz por antonomasia, el Unicaja. De ganar, su rival en semifinales saldría del posterior duelo entre el Real Madrid y el Mad-Croc Fuenlabrada.

Pero cuando hablamos en Sevilla de baloncesto copero, los buenos aficionados siempre evocamos la edición de 1.999. Aquel año, en el valenciano recinto de la «Fonteta» de San Luis, el por entonces llamado Caja San Fernando escribió sus páginas más brillantes al obtener un subcampeonato histórico, cronológicamente el segundo de los cuatro que ha logrado en competiciones oficiales -dos en ACB, uno en la Copa y otro, el del pasado año, en la Eurocup-.

Era aquel Caja un fenomenal equipo, dirigido por Javier Imbroda y bajo la batuta en cancha de André Turner. El genio de Memphis, acompañado por otros históricos como Richard Scott, Nacho Romero o Mike Smith, y por importantes lugartenientes como Chuck Kornegay, Anderson Schutte, Salva Díez, Jacobo Odriozola o Manel Bosch, lideró a la entidad hispalense no sólo en la Copa, sino también en la liga con otra final jugada, completando la mejor temporada en la historia de los sevillanos.

En Valencia, el camino no fue nada fácil. Para empezar, esperaba en cuartos el anfitrión y actual campeón, el Pamesa. Un encuentro áspero y duro, que acabó ganando el Caja San Fernando por 58-57, con una canasta de Turner a falta de cuatro segundos para el final.

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En semifinales esperaba el equipo más poderoso de todo el torneo, por presupuesto y plantilla: el F.C. Barcelona de Aíto García Reneses, con Djordjevic, Dueñas, Nacho Rodríguez, Xavi Fernández, Alston, Esteller, y un par de jóvenes que empezaban a abrirse paso: Pau Gasol -en menor medida, eso sí- y, sobre todo, Juan Carlos Navarro. Pero el Caja hizo un gran partido, ganando por 85-79 y accediendo a la gran final, en la que iría a por todas.

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Su rival fue el Baskonia, entonces TAU Cerámica, del actual seleccionador español Sergio Scariolo y Elmer Bennett, que había dado la -relativa- sorpresa un día antes tumbando al Real Madrid. El Caja dominó durante muchos minutos; llegó incluso a adquirir diez puntos de ventaja en la primera mitad; pero en la segunda Turner se dañó el tobillo en un momento crucial, y debió pasar varios minutos en el banquillo. Y como Salva Díez tampoco estaba disponible, el equipo se quedó absolutamente huérfano en la dirección.

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Un mate escalofriante y espectacular al 100% de Bennett -base, no lo olvidemos- ante Mike Smith culminó la remontada vitoriana, y a partir de ahí, desgraciadamente, todo fue fácil para el TAU. Anderson Schutte hizo lo que pudo intentando mover al equipo, pero no le sirvió para evitar que el base norteamericano de los baskonistas -que años más tarde jugaría en la capital andaluza- le pasara por encima.

Cuando Turner pudo volver, ya todo estaba cuesta arriba, y el aro se le hizo pequeñísimo a un Caja San Fernando que acabó siendo derrotado por 70-61, pero cuya derrota en el encuentro definitivo no mermó un ápice el tremendo mérito que supuso llegar a su primera -y esperemos que no última- final de una Copa del Rey, el preludio, tal y como dijimos con anterioridad, de otra hazaña similar en la Liga ACB.

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El año en el que se rompió el tabú de la Davis

MI PARTICULAR MEMORIA DEPORTIVA (33)

Se acerca ya la apasionante final de la Copa Davis entre España y Argentina en la «ciudad talismán» de Sevilla. Desde el viernes 2 hasta el domingo 4 servidor de ustedes, ya debidamente acreditado, estará en el Estadio Olímpico presenciando «in situ», para DIARIO SIGLO XXI, la evolución de los Rafa Nadal, David Ferrer, Feliciano López y Fernando Verdasco, que tendrán unos durísimos oponentes en los albicelestes Juan Martín Del Potro, David Nalbandián, Juan Mónaco o Eduardo Schwank.

Y para ir abriendo boca, qué mejor que recordar la primera «ensaladera» conquistada por el tenis español, en el inolvidable mes de diciembre de 2000. Hemos hablado ya de la final de 2004, también en Sevilla, así como del «marplatazo» de 2008; pero nos faltaba hacerlo de la más importante, la más emotiva, la victoria que abrió este ciclo victorioso del equipo español, en los albores del siglo XXI.

Después de las finales de 1965 y 1967 perdidas ante Australia en tierras oceánicas -con los Santana, Orantes, Gisbert o Arilla-, el tenis español apenas si pudo paladear un par de semifinales desde el inicio del Grupo Mundial. En 1999, el último año de Manolo Santana como capitán, se perdió con Brasil en primera ronda en Lérida -última derrota de España en casa hasta el día de hoy-, y la presencia en el Grupo Mundial se tuvo que salvar en Nueva Zelanda.

La Federación Española decidió que era el momento de dar un golpe de timón, y por ello relevó al histórico jugador para poner en su lugar a un grupo de entrenadores encabezado por Javier Duarte, que se vino a llamar G-4: Jordi Vilarò, Josep Perlas, Juan Bautista Avendaño y el propio Duarte. Había que intentar como fuera hacer algo importante en la Copa Davis, porque ya tocaba. Para ello se debían dar un par de condiciones: encontrar un buen «dobles» y un buen sorteo; y ambas se cumplieron.

Lo primero llegó con el descubrimiento de Joan Balcells, el «Oso»; un tenista barcelonés de 25 años que apareció en escena en la dramática eliminatoria de permanencia de Nueva Zelanda; y que en 2000 formó junto a Álex Corretja la pareja para la Davis que el tenis español venía buscando desde los años de Emilio Sánchez Vicario y Sergio Casal. Ello, unido al surgimiento de Juan Carlos Ferrero y a la competitividad de los Corretja, Carlos Moyà o Albert Costa iban a hacer de España un equipo muy a tener en cuenta.

Lo segundo también salió a pedir de boca: un sorteo en el que se dio la circunstancia de que España iba a terminar jugando las cuatro eliminatorias en la tierra batida nacional, comenzando un período de fortaleza como locales que aún hoy no ha finalizado. Murcia, Málaga y Santander vieron como los nuestros «despachaban» cómoda y respectivamente a Italia, Rusia y Estados Unidos -a éstos por 5 a 0-; y España, por vez primera desde 1967, se clasificaba para jugar la final de la Copa Davis, para la que eligieron una ciudad señera como Barcelona, y un excelente recinto como el Palau Sant Jordi.

El rival, como en los años del blanco y negro, iba a ser Australia; una nación histórica donde las haya en la Davis, que llegaba como vigente campeona… pero que era plenamente consciente del hándicap que iba a suponer jugar como visitante. De aquel legendario equipo de los 60 sobrevivía John Newcombe, ahora como capitán; mientras que sobre la pista España debía superar a jugadores de la talla de un jovencísimo Lleyton Hewitt, Patrick Rafter, Mark Woodforde y Sandon Stolle -hijo de otro «verdugo» de los españoles como Fred Stolle-, que reemplazaba al otro «Woodie», Todd Woodbridge, quien por esas fechas se disponía a ser padre. España, por su parte, presentó a Juan Carlos Ferrero, Álex Corretja, Albert Costa y Joan Balcells; debiendo tomar el G-4 la dura decisión de prescindir de Carlos Moyà.

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Todo estaba preparado en el Sant Jordi para disfrutar con el triunfo de los nuestros. Casi 17.000 personas, incluyendo un buen número de los «Fanatics» australianoa, gozaron de una fiesta de tres días, que comenzó con una durísima batalla entre Albert Costa y Lleyton Hewitt. El actual capitán del equipo español tuvo contra las cuerdas al número 1 australiano, pero acabó cediendo en cinco sets, por 6-3, 1-6, 6-2, 4-6 y 4-6. Afortunadamente, Juan Carlos Ferrero y los problemas físicos de Patrick Rafter igualaron la contienda. El valenciano ganaba por 6-7, 7-6, 6-2 y 3-1, cuando el doble ganador del US Open debió abandonar el partido. El primer día terminó 1-1.

Como en otras tantas eliminatorias, el partido de dobles iba a tener una importancia capital. España se guardaba las dos últimas balas de individuales en caso de una previsible derrota, pero la perspectiva de un 1-2 el último día inquietaba en las huestes de Duarte y los demás. Sin embargo, aquel sábado se respiraba un olor especial; primero porque Corretja y Balcells se habían mostrado como una pareja muy fiable -dos victorias y una derrota-; segundo por el «plus» especial de jugar en casa; y tercero porque delante no estaban los «Woodies» al completo, «sólo» dos grandes doblistas pero que apenas jugaban juntos en el circuito: Woodforde y Stolle. El resultado de todo esto fue una gran victoria de la pareja española, que se deshizo de los australianos por un triple 6-4, poniendo la Davis casi en nuestras manos.

El domingo debíamos rematar la faena, preferentemente con Ferrero o, si no, con Corretja, que de resultar necesario iba a reemplazar a Costa para decidir ante Rafter… o quien le reemplazara. Pero había que terminar a la primera, y eso fue lo que hizo «Juanqui» en cuatro memorables sets ante Hewitt. El último revés paralelo aún permanece guardado en las retinas de los buenos aficionados al tenis, ya que con él se completó un histórico marcador de 6-2, 7-6, 4-6 y 6-4, saliendo Ferrero a hombros cual estrella de la tauromaquia.

Con un adolescente Rafa Nadal como abanderado, el equipo español cumplió por fin con el sueño de generaciones y generaciones de tenistas de nuestro país: levantar la Copa Davis, la primera de las cuatro que, hasta la fecha actual, adornan las vitrinas de la Real Federación Española de Tenis. Ojalá este fin de semana, con Nadal también como «abanderado», esta vez sobre la cancha, caiga la quinta.

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El día en el que Wilkinson «rasuró» a los australianos en su casa

MI PARTICULAR MEMORIA DEPORTIVA (32)

No me considero un gran aficionado al rugby, ni mucho menos; pero sí que me gusta ver determinados partidos, preferentemente los más importantes. Pasado mañana (10:00, hora española, Canal + Deportes) tendrá lugar la final de la Copa del Mundo, que este año enfrentará a los anfitriones, los temibles «All Blacks» de Nueva Zelanda, contra Francia.

Los franceses acuden como víctima propiciatoria para el segundo triunfo neozelandés en un mundial, tras el de 1987, en el que también en casa vencieron igualmente a los del llamado «XV del Gallo». Mas Nueva Zelanda no debe confiarse, porque hay antecedentes que indican que los pronósticos pueden dar vuelcos importantes.

No, no me refiero a lo que sucedió hace 16 años en la que posiblemente sea la final más célebre de todas las que se han jugado, la de Sudáfrica y Nueva Zelanda en el estadio Ellis Park de Johannesburgo -donde la selección española de fútbol jugó dos veces en el pasado mundial que terminó ganando-, la de El factor humano, de John Carlin, e Invictus, la película de Clint Eastwood; sino a la de 2003 en Australia, en la que Inglaterra logró el primer y único título para Europa y para el hemisferio norte.

El «XV de la Rosa» -así se conoce al equipo nacional inglés de rugby-, tras dejar fuera a Francia en semifinales gracias al tremendo acierto pateador de su estrella, el apertura Jonny Wilkinson -para que nos entendamos, el «apertura» del rugby es el equivalente al medio centro del fútbol, solo que además se suele encargar de los lanzamientos por golpes de castigo-, se medían a la selección local, vigente campeona por entonces, en el Telstra Stadium de Sidney. Los «Wallabies» australianos -verdugos en la penúltima ronda de los siempre favoritos «All Blacks»- habían arrebatado el título a Inglaterra doce años antes en Twickenham; y los hijos de la Gran Bretaña buscaban vengar semejante afrenta. La victoria ante Nueva Zelanda hizo aumentar un poco más el favoritismo de Australia, pero todo terminó sucediendo justo al contrario de lo que deseaban en el país del Waltzing Matilda.

El partido fue poco vistoso -sólo un ensayo por bando-, como corresponde al 95% de las finales de cualquier deporte de equipo; pero espectacular por su intensidad e igualdad. Australia se adelantó pronto con su único ensayo -sin conversión posterior-, obra del ala izquierda Lote Tuqiri; pero tres golpes de castigo de Wilkinson, a cada cual más espectacular, y un ensayo -sin conversión- del ala izquierda inglés Jason Robinson dieron nueve puntos de ventaja a Inglaterra (5-14) en el descanso. En el segundo tiempo el apertura australiano Elton Flatley, con tres lanzamientos a palos por sendos golpes de castigo -el último en los minutos de descuento-, puso el empate a 14 con el que acabaron los 80 minutos reglamentarios.

Haría falta una prórroga; veinte minutos más para alargar y definir el drama. Wilkinson anotó nada más empezar un nuevo golpe de castigo desde una distancia kilométrica; pero Flatley, a falta de dos minutos, volvió a replicarle para colocar el empate a 17. Dos minutos, sin embargo, era mucho tiempo para un pateador consumado como Wilkinson. A falta de 30 segundos Inglaterra preparó la jugada letal: tras una melé sin juego parado, el oval le llegó a «Jonny» quien, a unos 25 metros de los palos, anotó con la derecha, siendo zurdo, el drop -lanzamiento a bote pronto con el balón en juego- que supuso el definitivo 17-20 y la primera Copa del Mundo para los inventores del rugby.

Wilkinson, mejor jugador indiscutible del torneo, como si fuera una de las navajas o cuchillas de afeitar de la conocida marca británica, «rasuró» a los australianos de tal forma que les cortó de raíz la consecución del que hubiese sido su tercer título, vengando así a sus compatriotas del año 91. ¿Repetirá sorpresa Francia el domingo? Es muy complicado; pero visto lo visto, todo es posible.

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