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Blanca Portillo, el perfecto Segismundo


CRÍTICA TEATRAL

OBRA: LA VIDA ES SUEÑO
AUTOR: Calderón de La Barca
COMPAÑÍA: Compañía Nacional de Teatro Clásico
REPARTO: Blanca Portillo, Joaquín Notario, Marta Poveda, David Lorente, Fernando Sansegundo, Rafa Castejón, Pepa Pedroche, Pedro Almagro, Ángel Castilla, Óscar Zafra, Alberto Gómez, Anabel Maurín, Mónica Buiza, Damián Donado y Luis Romero.
MÚSICA: Daniel Garay (Percusión), Juan Carlos de Mulder (Guitarra barroca), Anna Margules (Flauta de pico) y Ana Álvarez (Viola de gamba)
ESCENOGRAFÍA: Mambo Decorados, Sfumato
VESTUARIO: Cornejo, Ahmed Meziane, Ángel Domingo y Vito Montaruli
VERSIÓN: Juan Mayorga
DIRECCIÓN: Helena Pimenta
LUGAR: Hospital de San Juan (Almagro, Ciudad Real)
DÍA: 13-7-2012
AFORO: Casi lleno
DURACIÓN: Algo más de dos horas
CALIFICACIÓN: * * * * (Sobre 5)

Esperaba con mucha expectación este montaje de La vida es sueño por diversas razones, como por ejemplo ser la primera representación que tenía la oportunidad y la decisión de ver de uno de los dos o tres textos por excelencia de los Siglos de Oro; ser la primera función que iba a presenciar en la cuna actual del teatro clásico español, Almagro -aunque no en el Corral de Comedias, eso llegaría al día siguiente-; o comprobar cómo se desenvolvería una actriz como Blanca Portillo en la piel de un personaje como Segismundo.

No es que dudara de la capacidad profesional e interpretativa de Blanca con respecto a los personajes masculinos; no en vano ya dio vida de forma sobresaliente al inquisidor Fray Emilio de Bocanegra en Alatriste. Pero Segismundo es otra cosa. El encarcelado hijo del rey Basilio de Polonia tal vez sea, junto al Duque de Ferrara de El castigo sin venganza (Lope de Vega), el personaje más complejo y mejor creado de todo nuestro teatro clásico; y para interpretarlo de forma convincente no hay que ser ni hombre ni mujer: simplemente hay que ser muy bueno.

Y Blanca Portillo no sólo lo es en general, sino también -y muy especialmente- esta ocasión. Comenzó algo precipitada, pero rápidamente se templó y nos ofreció a los espectadores presentes en el antiguo Hospital de San Juan una de las clases de teatro más magistrales que yo haya podido contemplar. Blanca paró, templó y mandó, marcando y respetando los tiempos interpretativos como a pocos les he visto, sobre todo en el memorable gran monólogo, el de finales del segundo acto. Fue -y es-, en resumidas cuentas, el perfecto Segismundo.

Aunque esta versión de la Compañía Nacional de Teatro Clásico no sólo es Blanca Portillo. También nos ofrece las magníficas actuaciones de un veterano como Joaquín Notario y de una joven como Marta Poveda. Con muchas tablas y todavía más años sobre los escenarios, Notario, tras hacer de Segismundo años atrás, se transforma ahora en un más que notable rey Basilio; mientras que Poveda, popular para el público televisivo por su papel en Escenas de matrimonio, es en La vida es sueño una Rosaura también un poco precipitada en su actuación al principio, pero estupenda a medida que transcurre la obra.

Quizás donde el montaje flojea un poco interpretativamente sea en el personaje de Astolfo, al menos para mi gusto. Rafa Castejón presenta un Astolfo especialmente “suave”, aunque eso sí, con una muy buena dicción del verso. Por el contrario, David Lorente con Clarín sí que cumple perfectamente con su cometido, el de mostrarnos a un personaje verdaderamente aprovechado de la vida y con buenas dosis de gracia y humor, tal y como lo creó Calderón. Fernando Sansegundo (Clotaldo) y Pepa Pedroche (Estrella) mantienen el tipo.

En el resto de aspectos el nivel apenas si decae, antes al contrario; aunque es verdad que con los efectos “especiales” -llamémosle así- utilizados al declararse la lucha de Segismundo contra su padre se pasan un poco. El decorado está muy bien construido, con sus entradas y salidas y con la presentación del Segismundo encarcelado desde abajo; el vestuario y el atrezzo, adecuados -aunque reconozco haber sentido algo de apuro cada vez que paseaban por los aires a Blanca Portillo, que fueron varias, ante el tan hipotético como improbable fallo de los arneses-; mientras que con la música, en vivo y en directo, Helena Pimenta continúa la pauta no iniciada pero sí especialmente desarrollada durante la época de Eduardo Vasco.

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Eduardo Vasco: muchas más luces que sombras en la CNTC


Quien bien me conoce es sabedor del aprecio profesional y personal que le tengo a este gran -y controvertido al mismo tiempo- director escénico que es Eduardo Vasco. No me considero amigo suyo ni mucho menos; pero desde que fuera profesor mío en la UNIA (Universidad Internacional de Andalucía, curso de Dirección Escénica en la Sede “Antonio Machado” de Baeza) en julio de 2006, las pocas veces que nos hemos encontrado -siempre a raíz de alguno de sus trabajos- se ha portado muy bien tanto conmigo como con mis amigos más cercanos. Lo que no me impide, por supuesto, hacerle críticas negativas cuando considero que no hace las cosas bien, pero siempre desde el respeto.

Por eso hoy, día 27 de marzo, Día Mundial del Teatro -o al menos eso dicen-, me parece oportuno realizar un breve compendio de su trayectoria en la Compañía Nacional de Teatro Clásico (de aquí en adelante CNTC), a la que estuvo dirigiendo durante ocho años (2004 a 2011, ambos inclusive) antes de ser sustituido por Helena Pimenta; y de la que se ha despedido, espero y deseo que momentáneamente, con su reciente montaje de El perro del hortelano, de Lope de Vega.

Han pasado ya casi doce años desde aquel Don Juan Tenorio, en coproducción con el Centro Dramático Nacional, que supuso el bautismo de Eduardo en la CNTC. Una versión encabezada por Ginés García Millán y Cristina Pons de la que que no pude llegar a disfrutar, primero porque nunca llegó a Sevilla; y segundo, porque mi relación con el mundo del teatro clásico por aquella época todavía era poco menos que inexistente.

Tuve que esperar hasta 2006, en el curso anteriormente citado, para conocerle y poder empezar a evaluar su labor en la que para mí es la compañía teatral más importante que tenemos en España, y también la más olvidada a la hora de la concesión de los más renombrados galardones. En Baeza analizamos los que en mi opinión son sus dos mejores trabajos: El castigo sin venganza, texto de nuestro “Fénix” particular al que le he terminado profesando un amor incondicional por su gran lirismo y calidad dramática; y Don Gil de las calzas verdes, la divertidísima obra que surgió de la pluma de Tirso de Molina. Desde entonces, no he visto todos sus montajes pero sí muchos de ellos, con lo que me considero perfectamente capacitado para juzgarle profesionalmente.

Recuerdo que meses antes, cuando “El castigo” vino a Sevilla, la crítica local fue feroz con él -lo que me echó para atrás a la hora de decidirme a ir al Lope de Vega-, por el hecho de trasladar la acción de la Italia del XVII a la Italia de Mussolini. Hoy en día, después de haber tenido la ocasión de ver el montaje completo en DVD, sigo sosteniendo que yo no habría hecho eso y que continía chocándome ver vestidos al Duque de Ferrara y compañía con ropajes fascistas; pero no dejo de reconocer que para llevar a cabo un cambio de época tan radical -y razonarlo adecuadamente- hay que tener agallas y personalidad. Por no hablar de que los críticos, en el fondo, se pasaron bastante porque aquel montaje, a excepción de ese detalle, realmente era -y sigue siendo- de notable calidad interpretativa, con unos grandísimos Arturo Querejeta (Duque) y Clara Sanchis (Casandra), especialmente.

El atrevimiento a la hora de situar temporalmente las obras ha sido una de sus cualidades más destacadas; lo que no siempre le ha salido bien, todo hay que decirlo. Otro rasgo personal es su minimalismo escénico que también ha llegado a crear cierta controversia, y que parece haber dejado a un lado en varios de sus últimos trabajos.

Pero, sin duda, el gran legado de Eduardo Vasco en la dirección de la CNTC ha sido la apertura de miras, llevar al teatro español más allá de los Lope, Calderón o Tirso, permitiéndonos descubrir a otros autores menos conocidos, bien a través de sus propios montajes, bien con los montajes de otros directores escénicos gracias a su visto bueno como máximo responsable de la compañía.

Con él como cabeza visible, han llegado a la CNTC nombres como Vélez de Guevara y su “Serrana de la vera“, o el portugués Gil Vicente (cuando Portugal pertenecía a España, en el siglo XVI) con la Tragicomedia de Don Duardos; han regresado otros como Guillén de Castro (excelente El curioso impertinente que pude disfrutar en Niebla, en 2007); se le ha otorgado un destacado espacio a Cervantes (la peculiar comedia La entretenida y una adaptación dramática de su Viaje del Parnaso); y se ha expandido temporalmente el repertorio hasta el XVIII, con los Sainetes de Don Ramón de la Cruz.

Por no hablar de que también con Eduardo se ha creado cantera, gracias a la puesta en marcha, allá por 2007, de la Joven CNTC (heredera de la Escuela de Teatro Clásico puesta en marcha en los inicios de la compañía por Adolfo Marsillach), de donde ha salido la última gran joya interpretativa de nuestras artes escénicas, Eva Rufo.

Aunque no todo ha sido positivo. Sus diferencias de varios tipos con algunos de los trabajadores de la CNTC desembocaron en una huelga allá por mayo de 2010, que posiblemente precipitó su definitiva salida. Desconozco si los huelguistas tenían o no razón en sus revindicaciones, puesto que nunca he estado dentro de la CNTC; si bien es cierto que cuando el río suena… y aquella vez lo hizo con bastante fuerza.

Así pues, son aspectos que no debo entrar a valorar porque puedo meter la pata a base de bien; mi labor se limita a hacer constar lo que ocurrió. En tal caso, creo que si lo ponemos todo en una balanza nos sale, como resultado de todos estos años, una gestión en la que, por lo menos en el plano artístico, ha habido muchas más luces que sombras en el seno de la CNTC. Y de ello el responsable ha sido Eduardo Vasco, a quien ya podemos ver de nuevo en Noviembre Teatro, su compañía reactivada hace escasos meses.

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Notable despedida de Eduardo Vasco de la CNTC

CRÍTICA TEATRAL

OBRA: EL PERRO DEL HORTELANO
AUTOR: Lope de Vega
COMPAÑÍA: Compañía Nacional de Teatro Clásico
REPARTO: Eva Rufo, David Boceta, Joaquín Notario, Isabel Rodes, Pedro Almagro, Alberto Gómez, María Besant, Luisa Martínez, David Lorente, Rafael Ortiz, Miguel Cubero, David Lázaro, José Juan Rodríguez y José Luis Santos.
MÚSICA: Alba Fresno (Viola de Gamba), Sara Águeda (Arpa) y Eduardo Aguirre de Cárcer (Percusión)
ESCENOGRAFÍA: Carolina González
VESTUARIO: Lorenzo Caprile
VERSIÓN Y DIRECCIÓN: Eduardo Vasco
LUGAR: Teatro Lope de Vega (Sevilla)
DÍA: 9-3-2012
AFORO: Casi lleno
DURACIÓN: Unas dos horas
CALIFICACIÓN: * * * * (Sobre 5)

Se puede afirmar, no necesariamente con connotaciones negativas, que Eduardo Vasco no es el que era. Sin dejar los grandes dramas, parece que el director madrileño se está haciendo más prolijo últimamente en comedias y montajes especialmente vistosos y divertidos, como si pretendiera llegar más aún al público, o bien demostrar que es capaz de dominar todos los registros de la dirección escénica. Tal vez haya de todo un poco.

Y precisamente ha elegido una de las comedias más populares de nuestro “Fénix” de los Ingenios para despedirse, esperemos que sólo temporalmente, de las colaboraciones con la Compañía Nacional de Teatro Clásico, una vez abandonado su cargo de director de la misma. El perro del hortelano, la comedia palatina que cuenta la turbulenta relación entre Diana, Condesa de Belflor, y su secretario Teodoro, sita en Nápoles -para burlar las restricciones de la “Santa” Inquisición del siglo XVII- y con el amor de distintas clases sociales de por medio, es uno de los títulos más conocidos de Lope de Vega, aunque para mi gusto un escalón por debajo en cuanto a calidad de El castigo sin venganza, Fuenteovejuna y El caballero de Olmedo.

Como casi cada vez que andan de por medio Vasco y la CNTC, las virtudes del montaje superan en mucho a los defectos; así que comenzaremos por estos últimos para así quitárnoslos de enmedio cuanto antes. El primero de ellos es David Boceta, el actor que interpreta a Teodoro. No es que lo haga fatal, ni mucho menos; pero no da la talla en comparación con sus compañeros de reparto, especialmente con Eva Rufo. Se supone que Teodoro es un personaje que, moviéndose primero por el interés de ascender social y nobiliariamente siendo conde de Belflor, termina enamorándose de Diana; y Boceta en ningún momento da la sensación de experimentar dicha evolución dado que su interpretación, cuando más calidez y emotividad requiere, es tremendamente fría.

Y la segunda nota negativa viene del exagerado tratamiento de chanza que se le da a la aparición del Conde Ludovico, el “padre” de Teodoro -llevado de forma excelente por el veterano José Luis Santos-. La ridiculización de los representantes de las clases nobles -a excepción de Diana- mostrada por Eduardo Vasco funciona muy bien durante toda la obra, como puede verse con el Marqués Ricardo (David Lorente), el Conde Federico (Miguel Cubero) y sus respectivos criados (Rafael Ortiz y David Lázaro); pero una escena como la del viejo Conde Ludovico en la que un padre cree haber encontrado a su hijo debía haber sido tratada de otra forma, más seria y con mucha más emotividad.

Son las dos “pegas” de un montaje que por lo demás, cumple de manera excelente con aquello para lo que ha sido creado: dar a conocer un poco más a Lope y a la parte principal de su obra; y divertir al público con un producto de calidad. ¿Cómo? Pues para empezar, colocando en el reparto a EVA RUFO.

Esta actriz madrileña, dada a conocer hace algunos años en la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico, y a quien pude ver hace algo más de un año en El alcalde de Zalamea como Isabel, la hija de Pedro Crespo, interpretando magistralmente su monólogo en el acto final de la obra de Calderón, literalmente se luce en El perro del hortelano con una actuación en la que combina perfectamente la actitud desdeñosa de Diana con la carga dramática de la condesa enamorada, esa que que es incapaz de mostrar con Teodoro su “partenaire” David Boceta.

Sin duda, la presencia de Eva Rufo supone lo mejor de todo el montaje; aunque sería injusto que eclipsara a otro veterano como Joaquín Notario, capaz de meterse hace meses en la piel de Pedro Crespo y luego, en su siguiente trabajo, pasar perfectamente por el típico criado gracioso de las comedias lopescas -Tristán, en este caso- capaz de ayudar a su amo y de engañar a los demás siempre para sacar beneficios tanto para éste -Teodoro- como para él mismo. Su prestigio como actor escénico queda de manifiesto una vez más.

La música, como prácticamente en la totalidad de los trabajos de Vasco, también está presente de forma muy acertada, combinando el sonido de la viola de gamba (tocada por Alba Fresno) con el arpa (Sara Águeda) y los instrumentos de percusión (Eduardo Aguirre de Cárcer), ubicados al fondo del escenario. Todo ello, además, con una dosis de canto -coral e individual, con Miguel Cubero- que parece haber adoptado el director madrileño para la gran mayoría de sus montajes -tanto en la CNTC como ahora en Noviembre Teatro- desde que exhibiera el calderoniano texto El pintor de su deshonra .

El vestuario, de diez, como suele ocurrir con Lorenzo Caprile; mientras que, escenográficamente hablando, Eduardo Vasco abandona su clásico minimalismo para ofrecernos una destacada variedad de telones, celosías y demás elementos escénicos que, a su manera, contribuyen a que la despedida de Vasco de la CNTC sea, si no clamorosa y sobresaliente, sí al menos notable y próxima a la máxima calificación y consideración, al menos por mi parte.

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Helena Pimenta será la próxima directora de la CNTC

Ya se conoce el nombre del sustituto de Eduardo Vasco al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Sustituta, en este caso; ya que se trata de Helena Pimenta quien, a partir de septiembre, se convertirá en la primera mujer que dirige la compañía fundada en 1986 por Adolfo Marsillach.

Dejo algunos enlaces en los que se puede encontrar más información tanto de su ya dilatada trayectoria profesional, entre la que se incluye la dirección de tres montajes para la CNTC y la fundación de la compañía Ur Teatro.

http://www.elpais.com/articulo/cultura/Helena/Pimenta/nueva/directora/CNTC/

http://www.elmundo.es/elmundo/2011/04/13/cultura/1302689976.html

http://www.rtve.es/noticias/20110413/helena-pimenta-nueva-directora-compania-nacional-teatro-clasico/424265.shtml

Mucha suerte para ella, a ver si consigue superar o mantener el listón dejado por Eduardo Vasco quien, por lo menos en el plano artístico -en lo demás prefiero no meterme al no tener datos suficientemente amplios-, lo ha dejado bastante alto.

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Redención artística de Eduardo Vasco

CRÍTICA TEATRAL

OBRA: El alcalde de Zalamea
AUTOR: Calderón de la Barca
COMPAÑÍA: Compañía Nacional de Teatro Clásico
REPARTO: Joaquín Notario, Ernesto Arias, Eva Rufo, José Luis Santos, David Lorente, Pepa Pedroche, Miguel Cubero, José Juan Rodríguez, David Boceta, Diego Toucedo, David Lázaro, Pedro Almagro, Isabel Rodes, Alberto Gómez, Eduardo Cárcamo, Eduardo Aguirre de Cárcer y Alba Fresno (Viola de gamba).
VESTUARIO: Lorenzo Caprile
VERSIÓN Y DIRECCIÓN: Eduardo Vasco
LUGAR: Teatro Lope de Vega (Sevilla)
DÍA: 28-01-2011
AFORO: Completo
DURACIÓN: 1 hora y 55 minutos (aprox.)
CALIFICACIÓN: * * * * (Sobre 5)

Volvían tanto Eduardo Vasco como la Compañía Nacional de Teatro Clásico al Lope de Vega tres años después de su última visita a la capital sevillana, también con Calderón (El pintor de su deshonra); y volvía servidor de ustedes a presenciar un montaje de los antes mencionados después de aquel engendro en el verano de 2010 en Niebla que fue La Estrella de Sevilla.

Debo reconocer que acudía con ganas de quitarme la espina de aquella desafortunada puesta en escena, y es un gran placer para mí comentar que lo he conseguido, y con creces. Desconozco si Eduardo Vasco -a quien conozco personalmente y de quien, en el trato, no sólo no tengo quejas sino más bien todo lo contrario- reflexionó sobre lo que, para mí, no fue sino una notable cagada -con perdón-; o si con un texto señero por excelencia de nuestro teatro clásico haya decidido no hacer cosas raras; pero el caso es que mi estimado Eduardo se ha redimido por completo con esta magnífica versión sobre las tablas de El alcalde de Zalamea.

Tal y como comento, Vasco se deja aquí de experimentos -parece que éstos sólo los hace con Lope-, y el resultado es uno de los mejores montajes que yo haya podido ver siempre, no sólo en el Lope de Vega sino en cualquier parte. Con el minimalismo escenográfico que caracteriza el 95% de los trabajos del director madrileño -se volvió a repetir la fórmula, con un mejor resultado, de La Estrella de Sevilla de los actores esperando en los laterales del teatro aguardando entrar en acción-, sobre el escenario del ya casi mítico teatro sevillano tuvo lugar un espectáculo muy completo en todos los sentidos.

Coros y bailes, música instrumental en directo para acompañar algunos de los más destacados parlamentos -otra característica habitual del teatro de Vasco-, vestuario acorde con la época y, por supuesto, una extraordinaria interpretación de los actores o, mejor dicho, de las “parejas” de actores. La más destacada y la mejor de todas ellas, la de dos veteranos de las artes interpretaivas y escénicas, Joaquín Notario y José Luis Santos, en la piel respectivamente de Pedro Crespo, alcalde de Zalamea, y del general Lope de Figueroa.

Notabilísima vis cómica y dramatismo necesario cuando era menester; así nos deleitaron Notario -adoptando el acento teóricamente característico del labrador extremeño de Badajoz- y Santos con varios “tète a tète” cargados de pausa, templanza y mucha complicidad entre ambos. Se nota que llevan ya años compartiendo elenco dentro de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

Como también hay que reseñar la química entre Pepa Pedroche -la “Chispa”- y David Lorente -Rebolledo- que, desde una perspectiva más secundaria, no sólo bordan sus papeles interpretativos sino que, además, su labor en los coros es sobresaliente; y asimismo, entre Miguel Cubero -el satirizado hidalguillo Don Mendo- y José Juan Rodríguez -su ayudante Nuño-, encargados de mantener el hilo informando de “lo que no se ve” y de sacar unas risas al público por mor de su gracia especial al interpretar los singulares y divertidos diálogos surgidos de la mente de Calderón.

Y, entre tantas “parejas” escénicas, el “malo” y la ultrajada. Ernesto Arias quizás no borda su papel del libertino capitán don Álvaro de Ataide como lo hacen los demás con los suyos, pero su interpretación, en líneas generales, también está a la altura de lo que se debe exigir a la Compañía Nacional de Teatro Clásico; mientras que Eva Rufo -Isabel, la hija de Pedro Crespo-, sin demasiado parlamento en los dos primeros actos, se luce en el amplio monólogo del tercero, en el que Isabel le cuenta a su también deshonrado padre qué es lo que ha sucedido con ella.

En definitiva, como resumen final sólo puedo decir una cosa: Eduardo, así sí.

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Lo que le faltaba a Eduardo Vasco

La Compañía Nacional de Teatro Clásico está en huelga, en un paro indefinido por culpa, según los trabajadores, de la actitud despótica en el trato y derrochadora en su gestión de Eduardo Vasco.

http://www.abc.es/20100520/cultura-cultura/compania-nacional-teatro-clasico-20100520.html

Ay, Eduardito… anda que vas a tener una buena despedida como director de la Compañía. Con lo buen profesional que siempre has sido -salvo tu pifia con La Estrella de Sevilla– y con lo bien que siempre te has portado con servidor y sus amigos, cómo diablos les puedes hacer esto a tus trabajadores…

Lau (Casandra), gracias por el enlace.

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Primer patinazo de Eduardo Vasco

CRÍTICA TEATRAL

OBRA: La Estrella de Sevilla
AUTOR: Lope de Vega (atribuida)
COMPAÑÍA: Compañía Nacional de Teatro Clásico
REPARTO: Daniel Albaladejo; Jaime Soler; Muriel Sánchez; Arturo Querejeta; Francisco Rojas; Paco Vila; Eva Trancón; José Vicente Ramos; José Ramón Iglesias; Mon Ceballos; Fernando Sendino; Jesús Hierónides; Ángel Ramón Jiménez; e Isaac M. Pulet (violín barroco)
VERSIÓN Y DIRECCIÓN: Eduardo Vasco
LUGAR: Castillo de Niebla (Festival de Teatro Clásico y Danza 2009)
DÍA: 11-7-2009
DURACIÓN: 1 hora y 50 minutos (aprox.)
CALIFICACIÓN: ** (Sobre 5)

“¡Esto no parece la Compañía Nacional de Teatro Clásico, sino el IKEA!”, dijo mi querida amiga Laura, desesperada por lo que había visto, mientras degustábamos algunas tapas después de haber asistido a la representación. La frase, algo radical pero tan rotunda como ingeniosa, resume la opinión de la mayoría de aquellos seguidores de la CNTC que nos acercamos al Castillo de Niebla para ver La Estrella de Sevilla.

La Estrella de Sevilla. Foto: CNTC

La Estrella de Sevilla. Foto: CNTC

Siempre he alabado el trabajo de Eduardo Vasco, sobre todo porque me ha dado motivos para ello. Normalmente suele bordarlo cuando introduce algunas de sus ideas “marca de la casa” en sus versiones; pero en esta ocasión ha querido rizar tanto el rizo que, para mí, la ha pifiado, echando un borrón en su, hasta ahora, casi inmaculado historial.

La versión de este nuevo clásico de nuestro teatro -probablemente surgido de la pluma del gran Lope, aunque no confirmado- peca de una serie de particularidades escénicas incomprensibles, por su incongruencia y anacronismo, como por ejemplo, la reubicación de la trama en el siglo XXI. Algo similar hizo Vasco hace 4 años con la que, para mí, es la mejor obra de Lope, El castigo sin venganza, al trasladar la historia sucedida en Ferrara -Italia- desde el siglo XVII hasta la época de Mussolini. Aquello, aunque me costó un poco asimilarlo, terminé reconociéndoselo porque estaba justificado y era plenamente coherente, dado que el texto en ningún momento contiene referencias histórico-temporales, cosa que sí sucede en La Estrella de Sevilla.

Si ya de por sí choca un poco ver a los personajes de una obra del Siglo de Oro vestidos impecablemente de etiqueta -excelente labor de Lorenzo Caprile, todo sea dicho-, y peleando con tizonas características de la Edad Media, el anacronismo se convierte en aberración cuando el protagonista de la historia es el rey don Sancho IV de Castilla, “El Bravo”, segundo hijo de Alfonso X “El Sabio”. ¿Cómo puede ir un rey castellano medieval -y todos los personajes, en general- vestido como si fuese un “men in black”, gafas de sol incluidas cuando va embozado? Es algo que roza lo esperpéntico.

La escenografía, muy de Eduardo Vasco: minimalismo y sobriedad casi absoluta, acorde con las costumbres del director madrileño, con apenas unos cuantos bloques rectangulares de madera que, en un principio, estaban situados al fondo del escenario, sirviendo de “banquillo” -al estilo de las competiciones deportivas- para los personajes que aguardaban su entrada; siendo los propios actores los encargados de irlos colocando -como si fueran empleados de IKEA- en el escenario de forma coreográfica, según las necesidades de cada momento. Una idea ciertamente original -no todo iba a ser negativo en la labor de Vasco-, así como la distribución de los actores “suplentes” sobre el escenario en algunas partes de la obra; pero con el inconveniente de que, a medida que ésta iba transcurriendo -sobre todo mientras se acercaba el final-, todo esto se iba haciendo más confuso que otra cosa.

Daniel Albaladejo (Rey don Sancho) y Muriel Sánchez (Estrella Tavera). Foto: CNTC

Daniel Albaladejo (Rey don Sancho) y Muriel Sánchez (Estrella Tavera). Foto: CNTC

A raíz de esto, especialmente errónea también fue la forma de ir sacando a los personajes que iban falleciendo, sobre todo a un Busto Tavera que iba marchándose del escenario por su propio pie, parsimoniosamente, mientras Sancho Ortiz ni tan siquiera había terminado su parlamento de lamentos por haberle dado muerte; es decir, sin esperar ni siquiera al cambio de escena.

Sobre la música, luces y sombras: magnífica la idea -también habitual en Vasco- de introducir un violín barroco y, prácticamente, convertir a su intérprete en un personaje más; pero, por el contrario, la música enlatada fue desesperante, tal vez fruto de la exageración con la que se trataron algunas escenas, como por ejemplo la pasajera enajenación mental que sufre Sancho Ortiz, en el tercer acto; el cual en líneas generales, transcurre bajo la pauta de la confusión casi total en los espectadores, provocada sobre todo por la precipitación con la que Eduardo aborda la parte final de la obra.

Sin duda lo mejor de la version, lo que la libra del cero absoluto, es la actuación de los dos principales actores masculinos, los intérpretes de “los dos Sanchos”. Daniel Albaladejo borda el papel del rey Sancho IV, actuando con el estilo propio y característico de uno de los mejores y más versátiles actores de hoy en día, como lo es él. Por su parte, Jaime Soler le da una réplica cuasi perfecta con don Sancho Ortiz de Roelas; mientras que Muriel Sánchez, por el contrario, estuvo más deslucida en su papel de la bella Estrella Tavera.

De los secundarios, es preciso destacar al veterano Arturo Querejeta, brillante por momentos dando vida a Busto Tavera -hermano de Estrella-; Eva Trancón -Natilde, criada de Estrella-; y a Francisco Rojas, en el papel de Don Arias, el consejero del rey. El resto, desigual.

En conclusión, querido Eduardo, parafraseando lo que le dijo a mi progenitor una maestra de Lengua que tuvo él a finales de los sesenta en 1º de Magisterio, es el primer suspenso que te pongo; porque dos estrellitas para ti y para la CNTC significan un suspenso. Ojalá que, al igual que ocurrió posteriormente con mi padre, sea el único. En el programa oficial de la obra solicitas “que perdonen nuestras faltas, como la tradición aconseja”; pues bien, señor Vasco, perdonado queda usted. Pero que no se vuelva a repetir.

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