Primer patinazo de Eduardo Vasco


CRÍTICA TEATRAL

OBRA: La Estrella de Sevilla
AUTOR: Lope de Vega (atribuida)
COMPAÑÍA: Compañía Nacional de Teatro Clásico
REPARTO: Daniel Albaladejo; Jaime Soler; Muriel Sánchez; Arturo Querejeta; Francisco Rojas; Paco Vila; Eva Trancón; José Vicente Ramos; José Ramón Iglesias; Mon Ceballos; Fernando Sendino; Jesús Hierónides; Ángel Ramón Jiménez; e Isaac M. Pulet (violín barroco)
VERSIÓN Y DIRECCIÓN: Eduardo Vasco
LUGAR: Castillo de Niebla (Festival de Teatro Clásico y Danza 2009)
DÍA: 11-7-2009
DURACIÓN: 1 hora y 50 minutos (aprox.)
CALIFICACIÓN: ** (Sobre 5)

“¡Esto no parece la Compañía Nacional de Teatro Clásico, sino el IKEA!”, dijo mi querida amiga Laura, desesperada por lo que había visto, mientras degustábamos algunas tapas después de haber asistido a la representación. La frase, algo radical pero tan rotunda como ingeniosa, resume la opinión de la mayoría de aquellos seguidores de la CNTC que nos acercamos al Castillo de Niebla para ver La Estrella de Sevilla.

La Estrella de Sevilla. Foto: CNTC

La Estrella de Sevilla. Foto: CNTC

Siempre he alabado el trabajo de Eduardo Vasco, sobre todo porque me ha dado motivos para ello. Normalmente suele bordarlo cuando introduce algunas de sus ideas “marca de la casa” en sus versiones; pero en esta ocasión ha querido rizar tanto el rizo que, para mí, la ha pifiado, echando un borrón en su, hasta ahora, casi inmaculado historial.

La versión de este nuevo clásico de nuestro teatro -probablemente surgido de la pluma del gran Lope, aunque no confirmado- peca de una serie de particularidades escénicas incomprensibles, por su incongruencia y anacronismo, como por ejemplo, la reubicación de la trama en el siglo XXI. Algo similar hizo Vasco hace 4 años con la que, para mí, es la mejor obra de Lope, El castigo sin venganza, al trasladar la historia sucedida en Ferrara -Italia- desde el siglo XVII hasta la época de Mussolini. Aquello, aunque me costó un poco asimilarlo, terminé reconociéndoselo porque estaba justificado y era plenamente coherente, dado que el texto en ningún momento contiene referencias histórico-temporales, cosa que sí sucede en La Estrella de Sevilla.

Si ya de por sí choca un poco ver a los personajes de una obra del Siglo de Oro vestidos impecablemente de etiqueta -excelente labor de Lorenzo Caprile, todo sea dicho-, y peleando con tizonas características de la Edad Media, el anacronismo se convierte en aberración cuando el protagonista de la historia es el rey don Sancho IV de Castilla, “El Bravo”, segundo hijo de Alfonso X “El Sabio”. ¿Cómo puede ir un rey castellano medieval -y todos los personajes, en general- vestido como si fuese un “men in black”, gafas de sol incluidas cuando va embozado? Es algo que roza lo esperpéntico.

La escenografía, muy de Eduardo Vasco: minimalismo y sobriedad casi absoluta, acorde con las costumbres del director madrileño, con apenas unos cuantos bloques rectangulares de madera que, en un principio, estaban situados al fondo del escenario, sirviendo de “banquillo” -al estilo de las competiciones deportivas- para los personajes que aguardaban su entrada; siendo los propios actores los encargados de irlos colocando -como si fueran empleados de IKEA- en el escenario de forma coreográfica, según las necesidades de cada momento. Una idea ciertamente original -no todo iba a ser negativo en la labor de Vasco-, así como la distribución de los actores “suplentes” sobre el escenario en algunas partes de la obra; pero con el inconveniente de que, a medida que ésta iba transcurriendo -sobre todo mientras se acercaba el final-, todo esto se iba haciendo más confuso que otra cosa.

Daniel Albaladejo (Rey don Sancho) y Muriel Sánchez (Estrella Tavera). Foto: CNTC

Daniel Albaladejo (Rey don Sancho) y Muriel Sánchez (Estrella Tavera). Foto: CNTC

A raíz de esto, especialmente errónea también fue la forma de ir sacando a los personajes que iban falleciendo, sobre todo a un Busto Tavera que iba marchándose del escenario por su propio pie, parsimoniosamente, mientras Sancho Ortiz ni tan siquiera había terminado su parlamento de lamentos por haberle dado muerte; es decir, sin esperar ni siquiera al cambio de escena.

Sobre la música, luces y sombras: magnífica la idea -también habitual en Vasco- de introducir un violín barroco y, prácticamente, convertir a su intérprete en un personaje más; pero, por el contrario, la música enlatada fue desesperante, tal vez fruto de la exageración con la que se trataron algunas escenas, como por ejemplo la pasajera enajenación mental que sufre Sancho Ortiz, en el tercer acto; el cual en líneas generales, transcurre bajo la pauta de la confusión casi total en los espectadores, provocada sobre todo por la precipitación con la que Eduardo aborda la parte final de la obra.

Sin duda lo mejor de la version, lo que la libra del cero absoluto, es la actuación de los dos principales actores masculinos, los intérpretes de “los dos Sanchos”. Daniel Albaladejo borda el papel del rey Sancho IV, actuando con el estilo propio y característico de uno de los mejores y más versátiles actores de hoy en día, como lo es él. Por su parte, Jaime Soler le da una réplica cuasi perfecta con don Sancho Ortiz de Roelas; mientras que Muriel Sánchez, por el contrario, estuvo más deslucida en su papel de la bella Estrella Tavera.

De los secundarios, es preciso destacar al veterano Arturo Querejeta, brillante por momentos dando vida a Busto Tavera -hermano de Estrella-; Eva Trancón -Natilde, criada de Estrella-; y a Francisco Rojas, en el papel de Don Arias, el consejero del rey. El resto, desigual.

En conclusión, querido Eduardo, parafraseando lo que le dijo a mi progenitor una maestra de Lengua que tuvo él a finales de los sesenta en 1º de Magisterio, es el primer suspenso que te pongo; porque dos estrellitas para ti y para la CNTC significan un suspenso. Ojalá que, al igual que ocurrió posteriormente con mi padre, sea el único. En el programa oficial de la obra solicitas “que perdonen nuestras faltas, como la tradición aconseja”; pues bien, señor Vasco, perdonado queda usted. Pero que no se vuelva a repetir.

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  1. #1 by CASANDRA on 14 julio 2009 - 21:33

    Soy la primera, genial.
    Ojalá los miembros de la CNTC leyesen tu crítica y no se limitasen a los vídeos que colgamos en facebook.

    Ikea, era Ikea…¡qué lástima!

    Como ya he comentado en Fotolog, nunca pensé que me pasase esto con la CNTC, mi compañía. Mi subjetivismo -guiado por el amor que les tengo- me lleva a colmarlos de laureles, pero esta vez los laureles se han tornado bostezos.

    No me levanté a aplaudir. Me negué.

    No entendí el final, y estuve perdida desde el principio.

    La música, rarita. El vestuario, el de Matrix. La actuación, insuficiente. Y grandes e imperdonables contrariedades: los muertos salen de la escena por su propio pie (en una ocasión, haciendo que la protagonista se contonee cual cabaretera para distraer la atención del público); los actores son los encargados de mover el decorado (oferta en tarima de madera, que absurdamente hace las veces de cárcel, palacio, lecho, horca, banco y trono); y un largo etc de sinsabores.

    Puntos a favor:

    – El intento de contacto actor-público, colocando al elenco al completo en filas al pie del escenario (con selectas posturas -espero que no sea una casualidad- por ejemplo, clavando las rodillas de la criada Natilde en tierra, como signo de vasallaje, frente a la postura del rey o la estrella).

    – Haciendo uso de la escalera que separa el escenario del patio de butacas -idea que pensábamos usar en nuestro Castigo- como símbolo de la bajada a los infiernos.

    – Retomando las conversaciones superpuestas entre los protagonistas, técnica anteriormente usada en El Pintor de su deshonra.

    Y poco más.

    Además de la desilusión y la pena, por momentos sentía que insultaban mi inteligencia.

    Algunos de los grandes aciertos en obras anteriores son fruto de la casualidad y no de la creatividad de su director escénico -y nos consta, puesto que son varias las ocasiones en las que el propio Vasco nos preguntaba “¿yo hice eso?”- pero otros detalles reflejaban…no sé, reflejaban, simbolizaban, explicaban, decían, contaban y demás verbos de dicendi.
    ¿Dónde está ahora la captatio benevolentiae? La mía, desde luego, no la lograron.

    A veces, los montajes arriesgados son todo un éxito. A veces, las ideas locas y poco agraciadas se suplen con maravillosas representaciones. Otras veces, como ésta, parece que director y actores se quiebren menos la cabeza que en una función de colegio.

    Espero el momento propicio para volver. Para poner el oído y el alma a escuchar. Para borrar este sinsabor.

    ¿Será en el Pavón?

    Respecto a Niebla…

    Sabía que nada sería como antes.
    Ya en la puerta se me encogía el corazón, al ver las paredes que dos años atrás habían sido marco de cierta foto con Clara y Nuria.
    Las extrañaba. Nuestro elenco, disuelto.
    Pero pensé que este nuevo elenco me haría recordar por qué estábamos allí, por qué eran tan importantes para mí, y lo que me llevaba a ellos. No fue así.

    En parte me alegro de que Eduardo fuese el gran ausente de la noche. A Daniel no me costó felicitarlo -al fin y al cabo su actuación era una de las únicas cosas decentes del montaje- pero el señor director hubiese visto cumplida una de sus espectativas: Cuando nos dio aquel curso de dirección, nos contaba que le encantaría que un día, al salir del teatro, alguien lo abordase para decirle las cosas que había hecho mal, y no sólo para darle la palmadita de rigor en la espalda.

    Si hace dos años saqué valor de donde no lo tenía para hablar con mi Casandra -momento que jamás olvidaré- ¿creeis que no habría aprovechado la oportunidad de cantarle las cuarenta?

    No quiero volver a sentir decepción, lástima y vacío al salir de un teatro.

  2. #2 by CASANDRA on 14 julio 2009 - 21:48

    Se me olvidaba: sabemos por el propio jefazo que el protagonismo es cuestión de presupuesto, que el que más calladito esté y mejor se porte se llevará el gato al agua, y que el que protesta o exige lo que es suyo ya sabe dónde tiene la puerta, pero esta vez os habéis pasado. Zapatero a tus zapatos.

    Si la obra se llama “La estrella de Sevilla” y no piensas recrear Sevilla -ni el pueblo de Triana-, qué menos que hacerte con tu buena Estrella, ¿no?

    Se echaba de menos a Clara Sanchis, Nuria Mencía, Montse Díaz o Pepa Pedroche, esas grandes actrices de la CNTC, capaces de comerse el escenario y llenarlo con su talento.

    Estrella Tavera es un personaje de una altura comparable a mi adorada Casandra, a la valiente doña Juana, a la bella Serafina o a la ingenua Camila.
    ¿Resultado? Una Estrella estrellada y deslucida, gracias a la limitada interpretación de una chillona y apagadita Muriel Sánchez (muy guapa, eso sí).

    Mucho personaje desfilando y moviendo muebles. Mucho me quito y me pongo la chaqueta de Caprile. Pero ¿Dónde está la calidad? Supongo que cenando con el señor director, que tampoco asistió a la obra.

  3. #3 by Rafapoeta on 15 julio 2009 - 15:05

    Soy Rafa:

    Querido Víctor y querida muñequita mía: casi me convencéis de vuestras ideas con vuestra brillante prosa… Casi.

    No sé si alegrarme o entristecerme por haber sido la única persona de entre nosotros a la que le ha gustado el montaje de La Estrella de Sevilla. En cualquier caso, quiero reivindicar mi satisfacción por el resultado de dicha representación.

    Para empezar, he descubierto a un gran actor con el que comparto apellido: Jaime Soler. El monólogo realizado por su personaje tras descubrir el nombre de la persona a quien el rey manda matar, aderezado con unas exquisitas notas de violín, casi me hicieron derramar lágrimas de emoción.

    En segundo lugar, lo que otros comparáis burlescamente con Ikea a mí me parece un genial hallazgo escénico: los actores participando de su ámbito propio, el escénico, y el metaescénico, creando ellos mismos sobre la marcha los espacios donde se van desenvolviendo. Constituye este técnica una innovacíon propia de Valle Inclán. Se trata de teatro en estado puro, el minimalismo llevado a su más transparente y espontánea expresión. Sin trampa ni cartón: sólo teatro.

  4. #4 by victor on 16 julio 2009 - 0:06

    Lo de IKEA es casi una anécdota; una frase ingeniosa pensada por Lau en el fragor de la desesperación por estar presenciando el primer montaje de los de Eduardo que no le gustaba… que no nos gustaba, cierto es, jejeje.

    Yo reconozco que la idea es buena y original -así lo digo-, pero primero llegó un momento en el que llegaba a cansar un poco, por lo menos a mí; y luego, cuando hay muchos otros aspectos de la obra que fallan… es decir, que da la sensación de que Eduardo ha prestado más atención a otros aspectos más secundarios de la puesta en escena, descuidando varios de los principales. Por lo menos es la sensación que me quedó por momentos.

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