Blanca Portillo, el perfecto Segismundo



CRÍTICA TEATRAL

OBRA: LA VIDA ES SUEÑO
AUTOR: Calderón de La Barca
COMPAÑÍA: Compañía Nacional de Teatro Clásico
REPARTO: Blanca Portillo, Joaquín Notario, Marta Poveda, David Lorente, Fernando Sansegundo, Rafa Castejón, Pepa Pedroche, Pedro Almagro, Ángel Castilla, Óscar Zafra, Alberto Gómez, Anabel Maurín, Mónica Buiza, Damián Donado y Luis Romero.
MÚSICA: Daniel Garay (Percusión), Juan Carlos de Mulder (Guitarra barroca), Anna Margules (Flauta de pico) y Ana Álvarez (Viola de gamba)
ESCENOGRAFÍA: Mambo Decorados, Sfumato
VESTUARIO: Cornejo, Ahmed Meziane, Ángel Domingo y Vito Montaruli
VERSIÓN: Juan Mayorga
DIRECCIÓN: Helena Pimenta
LUGAR: Hospital de San Juan (Almagro, Ciudad Real)
DÍA: 13-7-2012
AFORO: Casi lleno
DURACIÓN: Algo más de dos horas
CALIFICACIÓN: * * * * (Sobre 5)

Esperaba con mucha expectación este montaje de La vida es sueño por diversas razones, como por ejemplo ser la primera representación que tenía la oportunidad y la decisión de ver de uno de los dos o tres textos por excelencia de los Siglos de Oro; ser la primera función que iba a presenciar en la cuna actual del teatro clásico español, Almagro -aunque no en el Corral de Comedias, eso llegaría al día siguiente-; o comprobar cómo se desenvolvería una actriz como Blanca Portillo en la piel de un personaje como Segismundo.

No es que dudara de la capacidad profesional e interpretativa de Blanca con respecto a los personajes masculinos; no en vano ya dio vida de forma sobresaliente al inquisidor Fray Emilio de Bocanegra en Alatriste. Pero Segismundo es otra cosa. El encarcelado hijo del rey Basilio de Polonia tal vez sea, junto al Duque de Ferrara de El castigo sin venganza (Lope de Vega), el personaje más complejo y mejor creado de todo nuestro teatro clásico; y para interpretarlo de forma convincente no hay que ser ni hombre ni mujer: simplemente hay que ser muy bueno.

Y Blanca Portillo no sólo lo es en general, sino también -y muy especialmente- esta ocasión. Comenzó algo precipitada, pero rápidamente se templó y nos ofreció a los espectadores presentes en el antiguo Hospital de San Juan una de las clases de teatro más magistrales que yo haya podido contemplar. Blanca paró, templó y mandó, marcando y respetando los tiempos interpretativos como a pocos les he visto, sobre todo en el memorable gran monólogo, el de finales del segundo acto. Fue -y es-, en resumidas cuentas, el perfecto Segismundo.

Aunque esta versión de la Compañía Nacional de Teatro Clásico no sólo es Blanca Portillo. También nos ofrece las magníficas actuaciones de un veterano como Joaquín Notario y de una joven como Marta Poveda. Con muchas tablas y todavía más años sobre los escenarios, Notario, tras hacer de Segismundo años atrás, se transforma ahora en un más que notable rey Basilio; mientras que Poveda, popular para el público televisivo por su papel en Escenas de matrimonio, es en La vida es sueño una Rosaura también un poco precipitada en su actuación al principio, pero estupenda a medida que transcurre la obra.

Quizás donde el montaje flojea un poco interpretativamente sea en el personaje de Astolfo, al menos para mi gusto. Rafa Castejón presenta un Astolfo especialmente “suave”, aunque eso sí, con una muy buena dicción del verso. Por el contrario, David Lorente con Clarín sí que cumple perfectamente con su cometido, el de mostrarnos a un personaje verdaderamente aprovechado de la vida y con buenas dosis de gracia y humor, tal y como lo creó Calderón. Fernando Sansegundo (Clotaldo) y Pepa Pedroche (Estrella) mantienen el tipo.

En el resto de aspectos el nivel apenas si decae, antes al contrario; aunque es verdad que con los efectos “especiales” -llamémosle así- utilizados al declararse la lucha de Segismundo contra su padre se pasan un poco. El decorado está muy bien construido, con sus entradas y salidas y con la presentación del Segismundo encarcelado desde abajo; el vestuario y el atrezzo, adecuados -aunque reconozco haber sentido algo de apuro cada vez que paseaban por los aires a Blanca Portillo, que fueron varias, ante el tan hipotético como improbable fallo de los arneses-; mientras que con la música, en vivo y en directo, Helena Pimenta continúa la pauta no iniciada pero sí especialmente desarrollada durante la época de Eduardo Vasco.

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