MI PARTICULAR MEMORIA DEPORTIVA (14)
Que Rafa Nadal, a sus 24 años, es indiscutiblemente el mejor jugador hoy en día del tenis mundial es algo que saben hasta los niños pequeños. Que el de Manacor año tras año se va superando -con excepción de 2009, en el que las lesiones y los problemas personales no le dejaron en paz-, también. Pero en medio de tanto éxito y de tanta gloria creo que es oportuno recordar cuál fue el primer gran momento, la irrupción de este chaval que ha trascendido las fronteras de lo deportivo para convertirse en un verdadero fenómeno social.
Y ése no fue otro que la Copa Davis de 2004. En los inicios de aquel año prácticamente nadie ajeno al mundo del tenis se había percatado de la progresión de un niño de 17 primaveras que había debutado en la ATP tres años antes, consiguiendo su primer punto en el sevillano Real Club Tenis Betis del barrio de El Porvenir, en la Copa Sevilla de 2001.
La leyenda comenzó en Brno
Y digo bien, nadie ajeno al mundo del tenis. Porque el trío de capitanes del equipo español de Copa Davis, Jordi Arrese, Juan Avendaño y Josep Perlas, bien que confió en él para acudir a Brno a disputar la primera eliminatoria de 2004 contra la República Checa. Los dos máximos cracks del tenis nacional, Juan Carlos Ferrero y Carlos Moyá, atravesaban diversos problemas físicos -los de Ferrero duraron toda la temporada-, con lo que el G-3 tuvo que hacer una convocatoria de circunstancias, con Tommy Robredo, Feliciano López, “Beto” Martín y el propio Nadal, la gran sorpresa.
Para más inri, Rafa salió a jugar el primer día, abriendo la contienda en la moqueta de Brno ante el peligrosísimo Jiri Novak. A pesar de la lógica derrota, su debut fue muy prometedor. Nadal cayó en tres sets, pero llevó al experimentado jugador local -invicto en Copa Davis hasta la fecha de la que hablamos- a disputar el “tie break” en dos de las tres mangas.
El destino, no obstante, le reservaba una sorpresa al manacorí. Tras ceder también el punto del dobles junto a Tommy Robredo, Nadal fue el encargado de decidir la eliminatoria después de que “Feli” López igualara a dos ante un también jovencísimo Tomas Berdych. Rafa se cargó en tres sets a Radek Stepanek (7-6, 7-6 y 6-3), le dio a España el pase a cuartos de final y consiguió su primera gran victoria en el tenis profesional.
Fijo en la Davis
De ahí en adelante, pese a la recuperación de Moyá y Ferrero, Rafa se convirtió en un fijo para el G-3, que lo fue incluyendo como pareja de dobles de Tommy Robredo tanto en cuartos de final como en semifinales. El manacorí y el gerundense perdieron en la Plaza de Toros de Palma de Mallorca ante los holandeses Martin Verkerk y Jeff Van Lottum pese a comenzar ganando por dos sets a cero; pero por el contrario derrotaron en semifinales a los franceses Mickael Llodra y Arnaud Clement en otro maratoniano encuentro.
Además, en el choque contra los franceses, celebrado en la Plaza de Toros de Alicante, Nadal, como en Brno, fue el encargado de cerrar el pase a la final del equipo español, avasallando a Clement en el cuarto partido. Rafa ya era toda una estrella para los aficionados de nuestro país, pero todavía le faltaba descubrirse ante el mundo entero.
Y eso ocurrió, no podía ser en otro lugar, en Sevilla, en la final celebrada en el Estadio Olímpico contra Estados Unidos, todo un regalo del presidente de la Federación de Tenis Agustí Pujol… si bien luego el propio Pujol se encargó posteriormente de quitarnos la ilusión a muchos al destinar para el público -para más inri al público español, no exclusivamente sevillano- apenas 3.000 entradas de las 27.000 de las que constaba la cancha de tenis que se construyó dentro del megaestadio de La Cartuja. Más allá de las escuelas de tenis y de los amiguetes de los directivos fue imposible hacerse con uno de los abonos.
España buscaba su segunda “Ensaladera-ponchera” en su quinta final, la primera en la que no tenía enfrente a Australia. La rivalidad con los australianos en los 60 -dos finales perdidas en las Antípodas- se trasladó a principios del siglo XXI, con la histórica victoria de España en 2000 en el Palau Sant Jordi de Barcelona -ya hablaremos de ella en otro momento, porque también merece un capítulo aparte- y con la derrota tres años después en la hierba provisionalmente instalada en el Rod Laver Arena de Melbourne.
Exhibición ante Roddick delante de todo el mundo
Ahora estaban enfrente los americanos. Nadal, con apenas 14 años, había sido el abanderado del equipo español en la final de 2000; pero en 2004 la vivió donde realmente hay que hacerlo, en la pista. Rafa compartió equipo, como en cuartos y en semifinales, con Moyá, Ferrero y Robredo, siendo él la clave para terminar de decantar el triunfo del lado español.
La clave porque, si bien Carlos Moyá fue el líder de aquella victoria con sus dos puntos, la gran victoria de Nadal el primer día sobre Andy Roddick -número 2 mundial por entonces- supuso algo inesperado. El cuerpo técnico decidió, para sorpresa de todo el mundo, alinearlo el primer día en lugar de un Ferrero muy bajo de forma, y el éxito fue rotundo.
Rafa saltó a la pista después de que su paisano “liquidara” por la vía rápida a Mardy Fish, y se marcó un partido espectacular, que levantó de sus asientos a quienes estaban en el estadio y a quienes nos tuvimos que conformar con verlo por televisión. Con el tenis eminentemente físico y pundonoroso de sus primeros años en la élite, Nadal se deshizo de Roddick tras 3 horas y 45 minutos, tiempo distribuido a lo largo de cuatro sets.
Pese a merecerlo por la espectacularidad de muchos de sus puntos, el balear perdió en el “tie break” el primer set, pero rápidamente se repuso con un 6-2 en el segundo; y en el tercero se vivieron las emociones más fuertes de todo el fin de semana. Un revés cruzado a dos manos cerró otra emocionantísima y muy brillante manga, resuelta de nuevo en el “tie break”; tras lo cual el americano se vino definitivamente abajo, y el cuarto set nos ofreció, como en el segundo, un 6-2 ya definitivo para Nadal, al que poco faltó para salir a hombros del Estadio Olímpico. Roddick no fue el “top ten” más alto al que había derrotado Nadal en 2004 -la posteriormente legendaria rivalidad con Federer se había iniciado con un triunfo de Rafa en la segunda ronda del torneo de Miami-, pero sí fue ante el que consiguió el mejor y más importante de todos sus triunfos de aquel año.
Carlos Moyá sentenció el enfrentamiento en el cuarto encuentro, también contra Roddick; pero los parabienes los tuvo que compartir -encantadísimo de hacerlo- con aquel chaval, sobrino de gran futbolista –Miguel Ángel Nadal, del Mallorca y del Barça- y paisano de una campeona del mundo de gimnasia –Elena Gómez-; un joven del que “Charly” ejerció de “padrino” durante sus años de adolescencia.
Un chaval que comenzó siendo “el sobrino de Nadal”, que continuó llamándose “Rafa Nadal“, y que ahora, seis años después, nueve títulos de Grand Slam, 18 Masters Series, 3 Copas Davis, un oro olímpico y dos años de número 1 aparte, no es sino “Don Rafael Nadal“, el que para algunos -yo “simplemente” lo equiparo al gran Miguel Indurain– es el mejor deportista español de la historia. Una leyenda que comenzó allá por 2004 en la Copa Davis.
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