Rafa Nadal lo ha vuelto a hacer. El gran campeón español añadió en la noche de ayer un nuevo “grande” a su palmarés, el tercer US Open de su carrera, al deshacerse en la final del sudafricano Kevin Anderson en tres sets (6-3, 6-3 y 6-4). Además, la victoria en Flushing Meadows supone el segundo título del Grand Slam de esta temporada y el 16º en total para Nadal, algo por lo que la organización del torneo estadounidense le homenajeó ayer al finalizar el partido.
Para muestra de la dimensión de lo que está haciendo el manacorí, un botón: ayer, en Eurosport, Fernando Ruiz y Álex Corretja se hicieron eco del comentario de un usuario de Twitter que decía que Rafa, de salir campeón de la pista Arthur Ashe, acumularía ya más grandes que Ivan Lendl y John McEnroe juntos. Y no le falta razón, ya que entre estas dos leyendas del tenis tan “sólo” suman 15: ocho el checo –estadounidense en el crepúsculo de su carrera- y siete el norteamericano.
Tan sólo Roger Federer, el otro gran “resucitado” de 2017, le supera con 19, únicamente tres más que aquel con el que, desde 2005, se ha construido una rivalidad legendaria no ya en el tenis, sino en el deporte en general, que este año se ha revivido cuando la mayoría les daba a ambos por terminados. Ahora la lucha entre los dos de aquí a final de año se centrará en ver quién finaliza al mando de la ATP, para lo que Rafa goza de 2000 puntos sobre el suizo.
Bajas que no restan méritos
Cierto es que en este US Open ha habido bastantes bajas, tal vez demasiadas: Murray, Djokovic, Wawrinka o Raonic, fruto de la dureza del calendario actual, que cada cierto tiempo deja secuelas tanto en lo físico como en lo psicológico. Pero así estuvo mismamente Nadal durante 2015 –falta absoluta de confianza- y 2016 –lesión que le obligó a perderse buena parte de la temporada y a jugar mermado algunos torneos-, y el tenis no se paró. Son cosas que forman parte del deporte, y donde antes estuvieron Rafa y Roger ahora lo están estos tres grandes campeones –Murray, Djokovic y Wawrinka- que, por unas u otras razones, se han visto obligados a cortar su temporada y que esperamos que, tal y como lo han hecho Nadal y Federer en 2017, regresen a tope el próximo año.
Ni un solo mérito, pues, que quitarle a Rafa en un torneo en el que nuestro campeón ha ido creciendo progresivamente, hasta llegar a su cénit en la exhibición dada en la semifinal ante un Del Potro que, previamente, se había cargado al gran Federer, no lo olvidemos. Anoche la solidez de Nadal acabó por imponerse al saque del “cañonero” Anderson quien, a sus 31 años, estaba cosechando el mejor resultado de su carrera.
Sería de necios negar la diferencia existente de entrada entre ambos en la clasificación mundial –número 1 Rafa, número 28 Anderson-, pero no hay que olvidar que el de Johannesburgo había dejado fuera previamente, entre otros, al semifinalista de Wimbledon –y gran esperanza local- Sam Querrey en cuartos de final, y a la otra gran revelación, el asturiano Pablo Carreño Busta en semifinales. Además, un bombardero como Anderson siempre es un peligro en pista dura para alguien como Nadal que, aunque se encuentra cómodo, no tiene ni mucho menos esta superficie como la mejor entre sus preferencias; de hecho llevaba sin ganar sobre rápida desde principios de 2014.
Nadal imparte sus lecciones
Había que tenerle respeto, pues, a Anderson; pero Rafa supo leer perfectamente el partido desde el inicio. Nadal, alejado varios metros de la línea de fondo, empezó a meter presión al resto desde el juego inicial, rondando la posibilidad de la rotura mientras que, al saque, se mostraba seguro, desplegando parte de lo mejor de su potencial.
Anderson, nervioso y errático ante la presión de un Nadal que le devolvía casi todos sus saques, cedió su servicio por vez primera en el séptimo juego y lo volvería a ceder dos más tarde, apuntándose Rafa el primer set por 6-3. Un marcador que el balear volvió a repetir en la segunda manga, con una rotura en el quinto juego y manteniendo su servicio sin conceder ni una sola bola de break (6-3).
Sólo quedaba un pasito para sumar el 16º Grand Slam, y Rafa logró dar gran parte del mismo al quebrar el saque de Anderson en el juego inicial del tercer set. En el momento justo, porque desde entonces el sudafricano se centró con su servicio y apenas si volvió a pasar apuros. Rafa debía estar con el suyo igual de seguro… y lo consiguió.
Únicamente sintió Nadal algo de vértigo en el definitivo décimo juego, con 5-4 y sacando para ganar. Anderson se echó hacia delante, salvó la primera bola de partido y llegó a forzar el “iguales”… pero entonces salió a la luz la faceta polivalente de Rafa más allá de la tierra batida, que cuando está en forma suele sacarla en los momentos “calientes”.
Un punto directo de saque –no “ace” porque tocó levemente Anderson- y otro más de saque y volea sentenciaron el destino del partido. Nadal acabó el duelo en la red, como lo hacen los mejores jugadores fuera de la tierra batida, y como había hecho en sus quince aproximaciones anteriores a lo largo de este choque. El número uno selló su tercer título en Nueva York dejando claro una vez más, y las que hagan falta, que las acusaciones de “pasabolas” que todavía vierten hoy en día algunos sobre él –perdónales, Señor Nadal, que no saben lo que dicen- no son sino absurdeces dichas por un grupo, cada vez más minoritario, de pobres aburridos y amargados de la vida.
El público de la Arthur Ashe, como no podía ser de otra forma, se rindió ante un Rafa que ahora tiene en su mano acabar por cuarta vez como número 1, que vuelve a estar casi a tiro de Federer en los Grand Slams (19 a 16) con cinco años menos… y al que, aunque la competencia vuelva a aumentar en 2018 con los esperemos que regenerados Djokovic, Murray y Wawrinka, aún le quedan muchas, pero que muchas lecciones que dar. Y que nosotros las disfrutemos.
(IMAGEN: ATP/GETTY)
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