La materialización vital de los sueños



CRÍTICA DE CINE

PELÍCULA: EL VIENTO SE LEVANTA
DIRECTOR Y GUIONISTA: Hayao Miyazaki
MÚSICA: Joe Hisaishi
PRODUCCIÓN: Toshio Suzuki / Studio Ghibli
GÉNERO: Anime / Drama
NACIONALIDAD: Japonesa
DURACIÓN: 126 minutos
CALIFICACIÓN: * * * * (sobre 5)

Se despide -o eso asegura, al menos- HAYAO MIYAZAKI, el gran maestro de la animación al estilo japonés y, sin duda, uno de los más grandes de todos los tiempos. Y lo hace -poniendo fin a más de tres décadas de grandes obras maestras desde que colaborara estrechamente en la creación de Heidi– a lo grande, con una creación que para algunos es su mejor película -yo lo considero un tanto atrevido, analizando su trayectoria- pero que, en tal caso, es indudable que te termina llegando al corazón desde el primer fotograma.

EL VIENTO SE LEVANTA no es sino un canto a la vida a través de la materialización de los sueños, o el intento de esto último. Los sueños del joven Jiro Horikoshi, el ingeniero aeronáutico japonés, responsable máximo del diseño de muchos de los cazas de combate nipones durante la Segunda Guerra Mundial, y en cuya historia se basa el argumento de la película. Los sueños propios, también, de un Miyazaki que anhelaba convertirse en aviador antes de llegar a convertirse en uno de los iconos del cine animado. Y los sueños, por qué no decirlo, de todos y cada uno de quienes nos sentamos en nuestras respectivas butacas para disfrutar de la presentación del último apartado correspondiente a un legado, el de “don Hayao”, difícilmente igualable.

Partiendo de un verso de Paul ValeryEl viento se levanta… ¡Hay que intentar vivir!, Miyazaki y “su” Studio Ghibli nos presentan quizás su fábula más realista. Alejada de la complejidad argumental de obras como El viaje de Chihiro o El castillo ambulante, El viento se levanta se ubica dentro de una época convulsa y un tanto oscura en la historia de Japón, el período de entreguerras en el que la ambición por situarse a la vanguardia de la tecnología del momento contrastaba con la pobreza que asolaba a gran parte del país merced a las consecuencias de los diversos conflictos armados, y a los desastres naturales.

Y es precisamente ese entorno con el que Miyazaki -más Joe Hisaishi y con su excelsa y preciosa banda sonora– vuelve a hacer gala de su magisterio a la hora de tejer el hilo argumental, su inigualable calidad como narrador cuyo resultado vuelve a ser emocionante y conmovedor. Y, pese al “exceso” de realismo latente, sin perder en ningún momento su sello. Ese toque maestro para mezclar como nadie la magia y fantasía de los sueños con la -a veces muy dura- realidad; y también ese toque romántico que siempre le ha caracterizado para elaborar la bonita -y, a su vez, dramática- historia de amor entre Jiro y Nahoko, la jovencita a la que él salva la vida tras un terremoto y que, años más tarde, se convertiría en su gran impulso vital.

Todo ello mostrado a través de la extraordinaria calidad de imagen que es habitual dentro del Studio Ghibli. Una forma de hacer animación en la que el diseño de personajes y objetos se combina con la excelente profusión de colores para hacernos ver que, aunque la vida nos trate mal, siempre hay que intentar seguir adelante, continuar ahondando en la búsqueda y la materialización de nuestros sueños. En definitiva, seguir viviendo, seguir “volando”… mientras el viento se levante.

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