Día muy triste para el mundo del arte en general; y, particularmente, para el de la música. MANUEL MOLINA, uno de los principales artífices del “flamenco fusión” en los años setenta, falleció la pasada madrugada en su domicilio de San Juan de Aznalfarache (Sevilla) a la edad de 66 años, víctima de un cáncer terminal detectado hace aproximadamente un par de meses.
Recuerdo perfectamente cuándo fue mi primer contacto con la música de este guitarrista, “cantaor” y poeta flamenco de etnia gitana, nacido en Ceuta en 1948 pero trasladado a la sevillanísima Triana a la edad de nueve años. Tenía yo unos tres o cuatro años, y mi padre usó, entre otros temas musicales, su NUEVO DÍA para acompañar las imágenes de la película que recogía lo mejor de la sexta y última edición (1982) de las llamadas Jornadas de Cultura Popular que, entre finales de los setenta y principios de los 80, organizaba en mi pueblo, Almensilla, la agrupación local del Partido Comunista de Andalucía (PCA, dentro del PCE). Esta canción, posiblemente su éxito más popular y el principal emblema del dúo LOLE Y MANUEL con el que revolucionó el flamenco en los setenta junto a Lole Montoya, formó parte de esta producción casera a la que siempre le he tenido un especial cariño.
Aunque no es su faceta artística la que pretendo resaltar especialmente; de ello se están encargando en el día de hoy tanto medios de comunicación como diversos artistas que, naturalmente, son mucho más adecuados que un servidor a la hora de recordar y valorar su gran carrera profesional. Paradojas del destino, hace once años, en 2004, mi padre fue profesor durante un curso académico de su hijo Manuel, fruto de la relación con Lola Rodríguez una vez finalizada su etapa sentimental con Lole. Y fue ahí donde comencé -comenzamos- a conocer a la persona.
Fueron varios años de contacto más o menos habitual, según la época que estuviésemos viviendo. A ello ayudó, sin duda, mi condición, una vez terminado el curso, de profesor particular o de apoyo del niño -hoy convertido ya en todo un hombre- durante un par de veranos. Y si tuviera que destacar algo de su persona, sin duda me quedaría con el recuerdo de su afabilidad, la condición humana de quien nunca jamás, ni en los momentos más difíciles, perdió su sonrisa y su esencia; y que siempre, junto a toda su familia, tuvo abiertas para mí las puertas de su casa sanjuanera no ya sólo sin poner una mala cara, sino haciéndome sentir casi tan querido como si yo estuviese en la mía propia.
Hacía tiempo que no le veía, justo hasta que hace algunas semanas me enteré de su delicadísimo estado de salud, así como de su deseo de no recibir tratamiento médico alguno. Su hija Alba, la que lleva en su sangre la mezcla completa de los genes de Lole y Manuel, estaba preparándole un concierto de despedida, con la participación de muchos de aquellos que compartieron parte de su tiempo con él tanto sobre los escenarios como en los estudios de grabación, y también en otros avatares de la vida. Por desgracia, no ha dado tiempo; pero no cabe duda alguna que en nuestra memoria siempre estarán presentes no sólo su música; no sólo sus letras; sino también, y muy especialmente por mi parte, su afable sonrisa.
Por todo ello, hoy ya no me sale otra cosa que decirle “ADIÓS, MANUEL; ADIÓS, AMIGO…“.
Comentarios recientes