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El “emperador de la animación” en el Sol Naciente


El pasado 1 de septiembre de 2013 nos dejó, profesionalmente hablando, HAYAO MIYAZAKI, uno de los mayores genios de la animación mundial. En el crepúsculo de la temporada estival, el afamado director y productor japonés anunció oficialmente su retirada, a sus 72 años -el próximo domingo cumplirá 73-, dejando un profundo legado que, aunque la producción de “manga” –cómics- y “anime” –películas- continúa siendo amplísima, sin duda será muy difícil de igualar.

Miyazaki, con el León de Oro del Festival Internacional de Cine de Venecia, ganado por "El castillo ambulante"No me las voy a dar de listo y decir que yo, buen aficionado a la animación procedente del país nipón, siempre he sido un gran admirador de Miyazaki y de su obra, la cual venía siguiendo desde que era un niño, porque ni mucho menos es así. O sí, en cierto modo; aunque yo no lo sabía. En breve me explicaré.

Todo comenzó cuando este pasado verano, por pura casualidad y por los avatares del destino, fui a ver al Cicus –Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla-, en buena compañía, una de las grandes joyas del cine japonés, El viaje de Chihiro. Me lo propusieron y yo, por la curiosidad que me confería su extraordinario éxito de público y crítica, acepté a pesar de que hubo quien me comentó que era una “puñetera paranoia”.

En efecto, quienes lo afirmaban tenían toda la razón. Una “puñetera paranoia”, pero perfectamente producida, contada y narrada; en definitiva, una verdadera obra maestra. Y así se lo hice ver a quienes venían conmigo, y también a quienes se sumaron posteriormente, después de la sesión. Tanto que, al día siguiente, me puse a investigar un poco en internet para saber algo más de ese tal Hayao Miyazaki del que antes escasamente había oído campanas.

"El viaje de Chihiro", su obra más completa y más reconocidaY fue entonces cuando descubrí que, sin tener ni idea, le conocía bastante más de lo que yo creía. Porque Miyazaki, por ejemplo, colaboró estrechamente durante los años setenta en series que han marcado la infancia de los que tenemos ya más de treinta, como Heidi o Marco; y también en otro clásico como Ana de las tejas verdes. Y luego, en los ochenta, justo antes de fundar junto a su colega Isao Takahata su ya mítico Studio Ghibli, dirigió los que sin duda son los mejores capítulos de otro “anime” mítico, como Sherlock Holmes.

Con este aval, con la experiencia de Chihiro y bien asesorado por gente “experta”, poco a poco me fui animando a conocer mejor la parte más sobresaliente de la producción en largometrajes de Miyazaki: La princesa Mononoke, El castillo ambulante y la última, de 2008, Ponyo en el acantilado.

Y ellas, como en Chihiro, se puede observar nítidamente el “sello Miyazaki”: surrealismo bien entendido, combinado con grandes dosis de magia, ternura, aventuras –con la naturaleza como protagonista- y mensajes antibelicistas perfectamente expresados. Incluso la casa Disney se inspiró en la parte final de La princesa Mononoke para crear la última historia de Fantasía 2000, la musicalizada por el Pájaro de fuego, de Stravinski.

Obras, a pesar de ser de dibujos animados, ni mucho menos destinadas en exclusividad para los más pequeños –a excepción de Ponyo, una particular versión del cuento de La sirenita-; y películas convenientemente reconocidas en los diferentes festivales y certámenes cinematográficos: Óscar a la mejor película animada y Oso de Oro del Festival Internacional de Berlín en 2002 para El viaje de Chihiro; León de Oro del Festival Internacional de Venecia y nominación al Óscar a la mejor película animada en 2005 para El castillo ambulante. Además de un reconocimiento a toda su carrera en 2002, durante la celebración del evento italiano.

Estaba claro que un seguidor de la producción animada nipona desde que comenzara a ver Mazinger Z, como lo soy yo, debía dedicarle unas líneas a quien, indiscutiblemente, ha marcado una época en este campo; especialmente cuando, salvo que se lo piense, ya no le veremos más.

Hasta ahora no había encontrado ni el momento, ni la inspiración; pero creo que esta es una excelente forma de iniciar el año en este espacio que, últimamente, reconozco que tenía un poco olvidado. El “emperador de la animación” en el Sol Naciente, el señor Miyazaki, don Hayao, sin duda así lo merece.

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“Fiebre de fútbol”: la historia animada de la Copa del Mundo


Cuando hablamos en España de series animadas sobre fútbol, el imaginario popular -sobre todo de aquellos que éramos niños a finales de los 80 y principios de los 90- piensa siempre en las mismas: Campeones/Oliver y Benji (Capitán Tsubasa), con sus variantes Supercampeones y Campeones: Hacia el Mundial; Supergol; Goleadores… todas ellas emitidas en los tiempos en los que Telecinco ofrecía otro tipo de programación al margen de la “telebasura”.

Pero en aquel período dorado para el público infantil -por la cantidad de horas dedicadas en todas y cada una de las emisoras de televisión- en el que se produjo el primer desembarco casi masivo de series japonesas o “animes”, también surgió otro título bastante menos conocido, pero que asimismo merece ser recordado por su particularidad.

Hablo de una co-producción italo-nipona-norteamericana llamada FIEBRE DE FÚTBOL (SOCCER FEVER en inglés o I RAGAZZI DEL MUNDIAL en italiano), emitida en España, que yo sepa, en Canal Sur y Canal Sur 2, la televisión autonómica andaluza. Una serie producida en 1994, justo antes del Campeonato del Mundo que iba a celebrarse en Estados Unidos, y en la que se nos cuenta la historia de los mundiales a través de las aventuras de un veterano periodista inglés, Brian Thompson.

Cabecera de la serie (en italiano).

La sinopsis es la siguiente: faltan pocas semanas para el inicio del mundial, y en Nueva York el periodista deportivo Jim Ackerman -ahora dueño de su propio periódico y cabeza visible de una megaempresa familiar- está preocupado por el poco interés que el fútbol sigue despertando entre sus compatriotas norteamericanos. Entonces, decide recurrir a Thompson, el único informador que ha vivido “in situ” todas las ediciones de la Copa del Mundo desde 1930 y colega suyo en muchas de ellas, para que la escriba una serie de artículos sobre la historia del torneo.

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Thompson, ya con más de 80 años, jubilado y viviendo tranquilamente en su casa inglesa con su nieta Kim; Jack, el marido de ésta; sus bisnietos Tim y Alice y su perra Dick 24ª -descendiente de toda una saga de canes, machos y hembras, del mismo nombre-, declina en principio la propuesta de su amigo; pero presionado tanto por éste -que va a visitarle personalmente en su helicóptero personal- como por sus bisnietos y los amigos de éstos -que forman un equipo de fútbol entrenado por él-, termina aceptando.

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A partir de aquí, Thompson aprovecha cualquier circunstancia y momento para contar historias particulares de su vida, siempre con el trasfondo de algunos de los más importantes partidos de los mundiales, desde la primera edición, la de Uruguay 1930; artículos redactados con la ayuda de los niños y enviados a la oficina postal a través de su mascota. Y no sólo narra vivencias en los mundiales, sino también en otros acontecimientos deportivos como los célebres JJOO de Berlín 1936; o históricos, como la II Guerra Mundial; Siempre con la compañía de sus amigos periodistas Archie Dunaway (Inglaterra); Mario Casatti (Italia); Jean Rivière (Francia); Fritz Grubber (Alemania, quien hasta le perdona la vida en el segundo conflicto bélico) y Arnold Baker (Escocia) -además de Ackerman-; de sus perros Dick -desde el que inaugura la saga-; e incluso puntualmente junto a su esposa Mary, su hija Susan y Kim, su nieta, respectivamente. Así hasta que su familia le regala, en el último capítulo de los 52 que componen la serie, un viaje a Estados Unidos para asistir a una nueva fase final mundialista.

Imagen de una de las dos primeras ediciones que ganó Italia (1934 ó 1938).

La serie no es la mejor del mundo, ni mucho menos; en ella pueden descubrirse algunos fallos e incoherencias, relacionados sobre todo con determinados hechos y fechas; y también con el estatus de celebridad internacional que se le otorga a Thompson -ya quisiéramos los periodistas…-, lo que hace que éste sea amigo personal de la mayoría de “leyendas” de la competición: Pelé, Maradona, Beckenbauer, Zoff, Rossi, Leónidas, Ademir, Schiaffino, Ghiggia… hasta del mítico portero español Ricardo Zamora, a quien se le dedica un capítulo previo a la edición de 1934. Pero lo primero ocurre de manera muy puntual; y lo demás son licencias más o menos permisibles.

Y lo mejor de todo es que Fiebre de fútbol es una serie sumamente entretenida, “blanca” en todos los aspectos -es decir, propia y adecuada absolutamente para el público al que se dirige, a diferencia de otras producciones niponas-, y que permite a los niños un primer contacto con un capítulo tan significativo en el mundo del deporte en general y del fútbol en particular, como la historia de los Mundiales.

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