Una medalla ganada con sangre, sudor y, sobre todo, muchas lágrimas


MI PARTICULAR MEMORIA DEPORTIVA (4)

Hoy voy a hablar de uno de los momentos más conmovedores del deporte español en la era moderna: la medalla de oro conquistada en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96 en la competición de conjuntos de gimnasia rítmica.

No es la rítmica la modalidad de la gimnasia deportiva que más me apasiona -quien me conoce más o menos bien sabe que yo tiro más hacia la artística-, pero la posibilidad de que un grupito de jóvenes deportistas, todas ellas más o menos de mi edad, se trajeran para España una medalla olímpica hizo que aquella noche -mañana en Estados Unidos- de principios de agosto de 1996 mis hermanos y yo estuviésemos, inevitablemente, pegados ante el televisor.

La rítmica española de conjuntos llegaba a la cita olímpica con un palmarés impresionante a lo largo de la década de los 90: campeonas mundiales del concurso completo en 1991 por delante nada menos que de la URSS, y multitud de medallas en las sucesivas competiciones; pero faltaba la medalla en los Juegos, una medalla que no llegó en Barcelona 92 por el simple hecho de que la Federación Internacional de Gimnasia (FIG) no incluyó esta modalidad en las olimpiadas celebradas en nuestro país.

No obstante, cuatro años más tarde los conjuntos sí que aparecieron por primera vez en el programa olímpico, y una nueva generación de gimnastas se encontraba ante una posibilidad histórica. El grupo de seleccionadas estaba formado por Estela Giménez, Estíbaliz Martínez, Marta Baldó, Lorena Guréndez, Nuria Cabanillas y Tania Lamarca; con la ex gimnasta María Fernández Ostolaza como entrenadora, y la búlgara Emilia Boneva como seleccionadora/directora. Ellas, junto a la sempiterna Paloma del Río que narró la final para TVE, nos hicieron pasar una jornada inolvidable.

La competición se disputó en Athens, ciudad situada a unos 100 km de Atlanta, en el mismo estado de Georgia; y a la final accedieron Bulgaria, España, Rusia, Bielorrusia, Francia y China. Se celebrarían dos ejercicios por país; el primero con cinco aros y el segundo con tres pelotas y dos cintas, y salvo sorpresa las medallas se las iban a repartir Bulgaria -campeona mundial-, España y Rusia, porque el resto estaba a mucha distancia.

Nuestras chicas realizaron su primer ejercicio -cinco aros- después de las búlgaras y antes que las rusas. A ritmo principalmente de West side story, España -con Estela, Estíbaliz, Marta, Nuria y Tania en pista, y Lorena de suplente porque sólo podían salir cinco gimnastas- cautivó al público y a las jueces con una serie de originales lanzamientos y combinaciones; finalizando la primera rotación en cabeza, con 17 milésimas de ventaja sobre Rusia, y 67 sobre Bulgaria.

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La mitad del trabajo estaba hecho. Quedaba el ejercicio de pelotas y cintas; Bulgaria había metido presión con una más que notable ejecución, y había que templar los nervios. El ejercicio, para el que entró Lorena por Nuria, salió más que redondo, y las españolas superaron definitivamente a las búlgaras. Faltaban las rusas que, como en la anterior rotación, salían justo después: en poco menos de tres minutos -aproximadamente lo que duraba cada puesta en escena- se sabría si España era oro o plata.

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Y a las rusas les pudo la tensión. Fallaron primero en una recogida de pelota aparentemente sencilla y luego al dejar caer uno de los extremos de una de las cintas. Así pues, el oro, la ansiada medalla de oro, fue para España; la plata, para Bulgaria; y el bronce, para Rusia.

La ceremonia de entrega de medallas fue el momento emotivo de la noche. Las gimnastas del equipo español recibieron sus correspondientes preseas coreadas con “olés” por el público asistente; y cuando estaba sonando el himno nacional el nudo que se le hizo en la garganta a Estela y, sobre todo, las lágrimas de Tania, nos conmovieron profundamente a todos.

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No es oro todo lo que reluce: la cara amarga de este triunfo
Porque si algo les costó esta medalla a las gimnastas españolas fueron, precisamente, lágrimas. Lágrimas por verse ahí, escuchando el himno español, y con una medalla de oro al cuello; pero lágrimas también por el enorme sacrificio de los 2-3 años anteriores, escasamente recompensado en el futuro.

Meses antes de la celebración de los Juegos una de las jóvenes que peleaba por entrar en el equipo, María Pardo, decidió abandonar la concentración debido a que fue incapaz de soportar la presión a la que estaba siendo sometida. De ahí en adelante, todo se tiñó de polémicas; acusaciones de excesiva severidad y malos tratos por parte de la seleccionadora; y también hacia la Federación, a quien se acusó de dejar “tiradas” a las gimnastas una vez finalizada su carrera deportiva, habiendo salido de la “burbuja” en la que se encontraban mientras se dedicaban a sus entrenamientos.

El diario de María salió a la luz dos meses después del éxito obtenido por sus compañeras en Atlanta. Más tarde, en 2001, Nuria Cabanillas declaró en el Senado sobre sus vivencias particulares y sobre la situación en la que quedaron ella y varias de sus compañeras al terminar su carrera deportiva -en un documento largo pero interesantísimo, que llega a poner por momentos los vellos de punta, y que recomiendo a todos aquellos que tengan interés por saber un poco más del tema-; y hace un par de años, Tania Lamarca, la gimnasta que rompió a llorar en el podium y que se puede decir que fue la que peor acabó con la Federación -se vio envuelta en un asunto tan polémico y tan delicado en la rítmica como el del sobrepeso de las gimnastas-, se decidió a publicar un libro, Lágrimas por una medalla, en el que cuenta con pelos y señales todo lo que a ella le ocurrió antes y después de participar en Atlanta; un libro que todavía no ha llegado a mis manos, pero que si algún día lo hace, lo leeré con sumo interés.

Son las luces y las sombras de un histórico momento del deporte español; un momento que, particularmente, hoy en día me sigue emocionando no ya por el oro en sí, sino porque cada vez soy más consciente de todo lo que les costó lograrlo a las chicas, y de lo mal que trataron a algunas de ellas desde la Federación. Ya sé que la gimnasia, tanto artística como rítmica, es un deporte tremendamente sacrificado, pero una cosa es esto y otra muy distinta lo que acabo de contar; y también sé que no tengo pruebas, que sólo conozco la versión de las deportistas; pero qué queréis que os diga, yo las creo.

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