Una vez más, ha vuelto a quedar de manifiesto que detrás de una serie continuada de éxitos ni mucho menos es oro todo lo que reluce. El anuncio de la no renovación del contrato de Anna Tarrés, la seleccionadora con la que la natación sincronizada española ha alcanzado cotas impensables hace no demasiados años -empezando por cuatro medallas olímpicas-, ha destapado la caja de los truenos en un deporte que podría comenzar a verse salpicado por ciertos escándalos.
No se puede pensar menos después de las declaraciones de las ex internacionales Paola Tirados y Cristina Violán, que se han apresurado a aplaudir públicamente la decisión tomada por el presidente de la Federación Española de Natación, Fernando Carpena. Tirados, una de las históricas por excelencia de la sincronizada nacional, y Violán llevaban denunciando públicamente los presuntos abusos de Tarrés prácticamente desde su retirada en 2009, aunque no ha sido hasta ahora cuando la prensa deportiva nacional se ha hecho eco de ello.
Tontos no somos. La experiencia, entre otros casos, de las niñas del conjunto español de gimnasia rítmica campeón olímpico en Atlanta 96 -vuelvo a recomendar la lectura de Lágrimas por una medalla, de Tania Lamarca– me hace pensar que, cuando el río suena, al menos algo de agua debe llevar. No me parece del todo lógico que, por mucho resentimiento personal que pueda llegar a haber contra Tarrés -Violán fue descartada para Pekín 2008, y Tirados fue apartada del dúo con Gemma Mengual en beneficio de la posteriormente cuádruple medallista olímpica Andrea Fuentes-, las dos nadadoras canarias se hayan inventado todo de lo que le acusan a la que será ex seleccionadora desde el próximo mes de enero.
Pero, en medio de todo este lío, Paola y Cristina han cometido un grave error, una imprudencia que, sin quitarles la razón que podrían llegar a tener, sí les resta credibilidad, al menos de cara a los ojos de un servidor. Tirados y Violán, sin aportar prueba alguna, han acusado a la que fue su entrenadora de ocultar positivos por dóping en la orina de algunas nadadoras. Es decir, de cometer un delito, porque según la última versión del Código Mundial Antidopaje, doparse o colaborar en la ingesta de sustancias prohibidas adquiere la calificación de delito.
Y he aquí la diferencia entre denunciar y acusar sin pruebas lo que, si Tarrés se lo propusiera, podría llegar a acarrear graves consecuencias para las dos nadadoras, toda vez que sólo han podido acompañar semejante acusación con frases tan banales y poco clarificadoras como “quizás”, “no lo sé, pero creo que fue así” o “puede ser que sí… o que no”. Paola y Cristina, probablemente tengáis razón en la mayor parte de lo que estáis denunciando, pero así no se hacen las cosas. Si se va a sacar a la luz algo tan sumamente serio, hay que ir con las pruebas por delante; y si no, directamente os calláis hasta que dispongáis de ellas.
Claro que la actitud del señor presidente tampoco ayuda a nada a la resolución del caso. La postura del avestruz adoptada hasta el momento por el señor Carpena únicamente sirve, como me comentaba esta misma tarde la gimnasta olímpica en Moscú 80, Gloria Viseras, para que la imaginación de unos y otros eche a volar, y para que una progresiva lluvia de mierda -esto ya lo digo yo- empiece a caer sobre la especialidad que más éxitos internacionales le ha dado a la natación española -4 medallas olímpicas, 23 mundiales y 25 europeas- desde que las preseas comenzaran a llegar en los Campeonatos del Mundo de Barcelona 2003. Por el bien del deporte español -a menos de un año de una nueva cita mundialista en la Ciudad Condal-, que todo se esclarezca lo antes posible.
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