El día en el que Wilkinson «rasuró» a los australianos en su casa


MI PARTICULAR MEMORIA DEPORTIVA (32)

No me considero un gran aficionado al rugby, ni mucho menos; pero sí que me gusta ver determinados partidos, preferentemente los más importantes. Pasado mañana (10:00, hora española, Canal + Deportes) tendrá lugar la final de la Copa del Mundo, que este año enfrentará a los anfitriones, los temibles «All Blacks» de Nueva Zelanda, contra Francia.

Los franceses acuden como víctima propiciatoria para el segundo triunfo neozelandés en un mundial, tras el de 1987, en el que también en casa vencieron igualmente a los del llamado «XV del Gallo». Mas Nueva Zelanda no debe confiarse, porque hay antecedentes que indican que los pronósticos pueden dar vuelcos importantes.

No, no me refiero a lo que sucedió hace 16 años en la que posiblemente sea la final más célebre de todas las que se han jugado, la de Sudáfrica y Nueva Zelanda en el estadio Ellis Park de Johannesburgo -donde la selección española de fútbol jugó dos veces en el pasado mundial que terminó ganando-, la de El factor humano, de John Carlin, e Invictus, la película de Clint Eastwood; sino a la de 2003 en Australia, en la que Inglaterra logró el primer y único título para Europa y para el hemisferio norte.

El «XV de la Rosa» -así se conoce al equipo nacional inglés de rugby-, tras dejar fuera a Francia en semifinales gracias al tremendo acierto pateador de su estrella, el apertura Jonny Wilkinson -para que nos entendamos, el «apertura» del rugby es el equivalente al medio centro del fútbol, solo que además se suele encargar de los lanzamientos por golpes de castigo-, se medían a la selección local, vigente campeona por entonces, en el Telstra Stadium de Sidney. Los «Wallabies» australianos -verdugos en la penúltima ronda de los siempre favoritos «All Blacks»- habían arrebatado el título a Inglaterra doce años antes en Twickenham; y los hijos de la Gran Bretaña buscaban vengar semejante afrenta. La victoria ante Nueva Zelanda hizo aumentar un poco más el favoritismo de Australia, pero todo terminó sucediendo justo al contrario de lo que deseaban en el país del Waltzing Matilda.

El partido fue poco vistoso -sólo un ensayo por bando-, como corresponde al 95% de las finales de cualquier deporte de equipo; pero espectacular por su intensidad e igualdad. Australia se adelantó pronto con su único ensayo -sin conversión posterior-, obra del ala izquierda Lote Tuqiri; pero tres golpes de castigo de Wilkinson, a cada cual más espectacular, y un ensayo -sin conversión- del ala izquierda inglés Jason Robinson dieron nueve puntos de ventaja a Inglaterra (5-14) en el descanso. En el segundo tiempo el apertura australiano Elton Flatley, con tres lanzamientos a palos por sendos golpes de castigo -el último en los minutos de descuento-, puso el empate a 14 con el que acabaron los 80 minutos reglamentarios.

Haría falta una prórroga; veinte minutos más para alargar y definir el drama. Wilkinson anotó nada más empezar un nuevo golpe de castigo desde una distancia kilométrica; pero Flatley, a falta de dos minutos, volvió a replicarle para colocar el empate a 17. Dos minutos, sin embargo, era mucho tiempo para un pateador consumado como Wilkinson. A falta de 30 segundos Inglaterra preparó la jugada letal: tras una melé sin juego parado, el oval le llegó a «Jonny» quien, a unos 25 metros de los palos, anotó con la derecha, siendo zurdo, el drop -lanzamiento a bote pronto con el balón en juego- que supuso el definitivo 17-20 y la primera Copa del Mundo para los inventores del rugby.

Wilkinson, mejor jugador indiscutible del torneo, como si fuera una de las navajas o cuchillas de afeitar de la conocida marca británica, «rasuró» a los australianos de tal forma que les cortó de raíz la consecución del que hubiese sido su tercer título, vengando así a sus compatriotas del año 91. ¿Repetirá sorpresa Francia el domingo? Es muy complicado; pero visto lo visto, todo es posible.

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